Por Jesús Valencia, internacionalista.
En GARA papel y NAIZ digital, 2017/02/15
 http://www.naiz.eus/eu/iritzia/articulos/el-susurro-de-las-piedras

El susurro de las piedras
Iruña-Veleia e Iqrit fueron en su día dos poblados de la cuenca mediterránea, ubicado el primero a orillas del Zadorra y el segundo en el norte de Palestina. Tanto el uno como el otro, son hoy poblados yermos donde no se escucha el jolgorio de los niños ni el murmullo de sus gentes. Territorios de hierbas silvestres que esperan el auxilio de la arqueología para desvelar toda la riqueza que guardan en sus entrañas.

Por lo que respecta al nuestro, la suerte no le ha sido propicia; tres mordazas diferentes han silenciado lo que las ruinas acumuladas nos pudieran contar. El primero de los bozales fue la decisión política de la Diputación de Álava; las excavaciones que se estaban llevando a cabo fueron paralizadas sine die y Lurmen, el equipo que las realizaba, fue enviado al paro. A partir de ahí, la sombra de una presunta falsificación ensombreció el trabajo realizado por Lurmen. Un informe redactado por personal de la UPV refrendó las tesis de la adulteración. Sus conclusiones han sido rebatidas por arqueólogos de reconocido prestigio internacional; estos, consideran imposible la hipotética falsificación de 400 piezas sin que hayan quedado vestigios evidentes de la trampa; tendrían que ser auténticos virtuosos en la arqueología los supuestos falsificadores de Veleia. Nadie es capaz de responder a preguntas elementales: ¿quiénes? ¿por qué? ¿qué interés podrían tener los causantes de  semejante felonía?

Los políticos que paralizaron las excavaciones, pudieron haber optado por una solución sencilla para dilucidar este disenso entre especialistas de la arqueología: buscar el arbitraje  imparcial de alguna autoridad externa. No faltan universidades competentes que pudieran hacer el análisis científico de las piezas halladas y establecer ajustadamente sus fechas. O conformar otro equipo fiable que continuase sobre el terreno la investigación del anterior. Lamentablemente, ninguna de estas ideas elementales fueron tomadas en cuenta por los políticos alaveses que optaron por una segunda mordaza: la judicialización del contencioso. Proceso que sigue salpicado de irregularidades. Una de ellas, el tiempo trascurrido desde su apertura que roza ya los nueve años. O la desidia en la protección de las pruebas que no han sido declarados sub judice y siguen en manos de una de las partes litigantes. O la solicitud del propio demandado –Eliseo Gil– que insta a la ampliación de diligencias aun a riesgo de quedar incriminado.

Durante estos largos años, los supuestos responsables de Iruña-Veleia han recurrido a la tercera y más contundente de las mordazas: introducir la excavadora en dos zonas que se habían demostrado generosas en vestigios. Poco podrán hablar las piedras que han desaparecido o las piezas de cerámica apachurradas por la máquina. El mismo método utilizaron los israelíes  cuando, en 1948, intentaron borrar del mapa cientos de pueblos palestinos, incluido Iqrit. O el que usó la infausta doña Barcina para construir un parking subterráneo en la Plaza del Castillo, uno de los lugares más elocuentes de la capital de nuestro Estado. Las últimas en actuar han sido las excavadoras de Veleia. Demolición que deja en suspenso la respuesta a preguntas de alto interés histórico y cultural: ¿Fue el euskera de la Llanada muy anterior al aparecido en San Millán? ¿Son el Calvario, la representación de la Ultima Cena o el Gure Aita encontrados a orillas del Zadorra los más antiguos de la cristiandad? ¿Pueden introducir elementos novedosos en una tradición secular?

Quienes aman a su pueblo, hacen esfuerzos denodados por recuperar su alma. Escuchan cualquier voz convencidos de que estos susurros, por débiles que sean, ayudan a descubrir la  identidad. Veinticinco mil personas se opusieron por escrito al expolio de doña Infausta; esta tuvo que ocultar el desaguisado con doble valla para impedir la vigilancia popular. La ciudadanía pamplonesa consiguió rescatar de la escombrera algunos pequeños vestigios de la secular historia que una alcaldesa desaprensiva destrozaba. Cada Pascua de Resurrección, las mujeres oriundas de Iqrit danzan sus bailes rituales entre lo que fuera la iglesia y el cementerio de su pueblo; aunque este ha desaparecido de los mapas israelíes, sus raíces son más profundas que el afán demoledor de los colonizadores.

En torno a Iruñea-Veleia hay un grupo de personas sensibles que no cejan en su empeño por recoger el mensaje de aquellas ruinas; quizá el grupo no cuenta con todo el respaldo que la causa merece, pero su interés y tenacidad  son ejemplares. Otra forma de hacer patria y de reconstruir nuestro Estado.