Hace tres meses salió a la luz el segundo informe de Antonio Rodríguez Colmenero sobre los hallazgos de Iruña-Veleia, con el título “Grafitos, textos y diseños de la Veleia romana: la urgencia de una solución”, en el que plasma por escrito su ponencia presentada en el I Congreso Internacional de Iruña-Veleia celebrado el 24 de noviembre pasado en Vitoria. La noticia de la publicación de este informe en la página web de Euskararen Jatorria (http://euskararenjatorria.net/wp-content/uploads/2012/12/04-Antonio_Rguez_Colmenero2.pdf) ha pasado un tanto inadvertida, aunque ya se informó de la misma en este blog, por lo que me ha parecido oportuno reiterarla para aquellos que no la conozcan.
Antonio Rodríguez Colmenero es catedrático emérito de historia antigua de la Universidad de Santiago de Compostela. Su curriculum vitae está disponible en http://humanidades.cchs.csic.es/ih/numismatica_antigua/wp-content/uploads/cv-rodriguezcolmenero.pdf. Entre sus numerosas publicaciones destacan las dedicadas a la epigrafía de la Hispania romana, centradas especialmente en el noroeste peninsular. Creo importante resaltar este hecho, porque su condición de epigrafista le fue negada por Joseba Lakarra en el debate emitido el pasado 5 de diciembre en ETB1 (“Iruña-Veleiako misterioa”), en el que en respuesta a la mención de Rodríguez Colmenero como epigrafista por Juan Martín Elexpuru aquél afirmó tajantemente “Colmenero ez da epigrafista”. Pues conviene recordarle al profesor Lakarra que antes de opinar sobre las cualificaciones profesionales de una persona es necesario conocer su CV. Y del de Rodríguez Colmenero se desprende que tiene un amplio recorrido científico en el campo de la epigrafía de época romana, lo que confiere una especial relevancia a su opinión sobre los hallazgos de Iruña-Veleia. Aparte de la evaluación detallada que hace de los grafitos, en la que aporta fuertes argumentos a favor de la existencia de un paedagogium en Veleia, en las conclusiones de su informe, Rodríguez Colmenero expone con lucidez sus argumentos sobre la autenticidad o falsedad de los hallazgos, que reproduzco a continuación:
“Pese a haberse efectuado ya, hasta la data, algunos análisis arqueométricos, en todo caso no suficientemente concluyentes, resulta ineludible seguir insistiendo en la obtención de otros nuevos y más rigurosos que, en el caso de coincidir con la cronología derivada del estudio de los textos y diseños, sancionaría para siempre la autenticidad o mendacidad del conjunto de los hallazgo; por el contrario, y caso de que no coincidiesen, resultaría ineludible explorar nuevos frentes de investigación.
En todo caso, y mientras esa convergencia científica no se produzca, seguiremos aplicando al problema de la veracidad o falsedad de los hallazgos el baremo del sentido común, el cual, y por lo de ahora, sugiere que resulta mucho más difícil explicar la falsedad de los hallazgos que lo contrario. Y a tal respecto, resulta incomprensible, a la vez que revelador, que, frente a la pasividad de los acusadores, tengan que ser los imputados los que imploren del juez que se esclarezca el cuerpo del delito, para lo que bastaría con la apertura de algunas catas en puntos estratégicos del yacimiento.
En fin, y para terminar, no nos resistimos a traer a la memoria del lector las puntualizaciones que en nuestro alegato anterior realizábamos en relación con la hipótesis de un fraude total relacionado con los hallazgos de Veleia.
Decíamos entonces que “si nos inclinásemos por la hipótesis del fraude generalizado, tendríamos que responder, de inmediato e inexorablemente, a una retahíla de interrogantes que nos asaltarían a la vez: cuándo, por quién, qué, cómo y para qué”.
Cuándo.
Sólo caben tres posibilidades: durante el período histórico al que teóricamente son atribuibles los hallazgos, la Veleia tardoantigua; a lo largo de la dilatada secuencia temporal que media entre la destrucción de la ciudad y las excavaciones del primer lustro del siglo XXI; o, finalmente, en el corto espacio de tiempo en que fueron llevadas a cabo estas mismas excavaciones.
La primera de las posibilidades es absurda, porque inventar una mascarada así para engañar a las generaciones futuras no cabe, por burda y sin sentido, en la cabeza de nadie.
La segunda, apuntada de oídas por algunos eruditos, carece, asimismo, de lógica, puesto que, aparte de llevar aneja la ruptura masiva, intencionada y reiterada de niveles que cabría suponer sellados, dado el volumen y dispersión de los objetos en litigio, tendría que ofrecer, por fuerza, vestigios culturales de la época en que se habrían efectuado las intrusiones, a no ser que, previamente se hubiesen desenterrado unos vestigios originales, que tendrían que ser inhumados otra vez con el fin de engañar en el futuro a unos potenciales, desconocidos e incautos arqueólogos (¡el delirio!); pero, aún en ese caso, y para marear un poco más la perdiz, los vestigios, si bien manipulados, no dejarían de ser auténticos.
Solamente se sostendría, por tanto, la última de las posibilidades, sea al margen de los responsables de la excavación, o contando con su colaboración, connivencia o descuido.
Por quién.
¿Por alguien ajeno al equipo excavador? Pero en ese caso habría que distinguir si los delincuentes lo hicieron mediante intrusiones furtivas a lo largo de las etapas de excavación propiamente dicha o, más bien, durante el proceso de lavado, siglado, inventariado y almacenaje de los hallazgos. Sin embargo esto, que sería teóricamente posible tratándose de objetos aislados, y de ahí las sospechas razonables que cada uno podamos haber albergado en algún momento, carece de toda lógica, en una y otra hipótesis, salvo que los responsables fuesen consentidores, puesto que todo director de excavación, si ejerce mínimamente como tal, tiene que saber, por fuerza, qué tipo de vestigios, y en qué cantidad, van apareciendo a lo largo de cada jornada.
Por lo tanto, sólo es admisible la hipótesis de que el fraude procediese de los responsables de la excavación y de sus allegados, ya que también los colaboradores conocen, día por día, la naturaleza del expolio que se va generando en las áreas que se están interviniendo.
Qué.
Y, detectados ya los hipotéticos autores de la fechoría, me pregunto ¿serían fraudulentos todos los hallazgos singulares o solamente algunos de ellos? Da igual porque la cantidad de los que ofrecen constantes similares es tal que nos conduciría al mismo resultado. En nuestra opinión, y salvo casos muy puntuales, cada vez menos numerosos, que habría que demostrar, el conjunto del que hablamos o es todo auténtico o falso en su conjunto.
Cómo.
En este caso no se trataría de la falsificación de una fíbula con su  leyenda, de una moneda o monedas con su pátina postiza, ni siquiera de un documento jurídico sobre tábula broncínea, capaces de confundir al personal durante algún tiempo si los falsificadores son gente bregada en el oficio y cuentan con el asesoramiento de intelectuales del ramo. En nuestro caso, y dado el volumen de hallazgos que conocemos por los informes y a través de los fotogramas, se trataría de muchos cientos de testimonios de temática variopinta que, por su envergadura y multiforme peculiaridad, habrían exigido la movilización de un equipo numeroso de entendidos. Pero es que, además, el proceso de envejecimiento, diferente en cada objeto, así como las muescas, desmoches y pátinas simuladoras de autenticidad habrían dado que hacer a todo un ejército de falsificadores con los correspondientes laboratorios, disparándose así el costo de una fechoría que, desde el punto de vista dinerario, únicamente podría ser enajenable a un cliente: la Diputación Foral de Álava, a la que, para más INRI, corresponde ya por ley el depósito de los hallazgos.
Para qué.
Conjeturado que solamente el equipo excavador podría haber sido el autor de la costosa superchería, nos preguntamos el para qué. ¿Para ser flor de un día y después agostarse? Porque las mentiras en comunidad se difunden como la pólvora y, si bien pueden reportar fama y ganancias en un primer momento, acaban por ser letales.
Es por ello que me resisto a considerar así de imbéciles a los responsables, lamentablemente cesados ya, de las excavaciones de Veleia, a no ser que hubiesen sido víctimas de algún tipo de tara mental transitoria capaz de llevarles, o al suicidio profesional, en el que de hecho se encuentran, o a prácticas masoquistas inexplicables dentro del contexto en que se movían y siguen moviendo.
Expuestos quedan, pues, los motivos que nos han llevado a dudar, cada vez menos, de los hallazgos singulares de Iruña-Veleia y manifestadas las razones que podrían esgrimirse a favor de su autenticidad o, por lo menos, verosimilitud. En todo caso, nunca existieron ni existen argumentos de peso para acusar a nadie de falsificación. Sólo tras un estudio demorado y total de los hallazgos, ratificado por nuevas excavaciones ad hoc, además de efectuados los análisis arqueométricos pertinentes, se podrá determinar algún día si realmente ha habido reos o, más bien, cosa que temo, mártires.”