El campo semántico de herramientas cortantes tiene en
euskera un componente haitz o,
sistematizando su aparición como monema en diferentes términos, -(h)ai(t)z-. El caso más extendido es aiz-kor/haiz-kor o ‘hacha’, pero tenemos
también aitz-zur/aintz-zur/haintz-zur o ‘azada’ (de roca 'aitz' y madera
'zur')'; o 'tijeras'; aiz-to/ainz-to o ‘cuchillo’; zulak-aitz o ‘cincel’ (zulatu - agujear, zulakaitz, ‘piedra que
agujerea’); op-aitz-ur o ‘azuela’; aietz/aiotz o 'machete'; aihotz/haiotz/aiotz o ‘podadera’; ainz-tur o ‘tenazas’, etc. Existen
además otros términos de instrumentos
probablemente relacionados: aiz-tur
/ainz-ter/hais-tur/gur-aiz-ak o 'tijeras'; az-kona o 'flecha'; az-pila
o ‘bandeja’, etc. También se dan un sinnúmero de toponimias claras con el monema -(h)ai(t)z- o su variante (sobre todo occidental) -atx-: Atxarte, Atxuri, Aizkorri, Lemoatx, Udalatx/Udalaitz, Untzilatx,
Akaitz, Allaitz...
Además, la
etnolingüística vasca ha sondeado otros términos que pueden remitir a culturas
cazadoras-recolectoras paleolíticas: su(k)arria o 'piedra de
fuego' (pedernal o sílex, utilizada en paleolítico y neolítico para hacer
fuego); artua o 'lo
recogido' (mijo); la equivalencia entre zur,
ur y lur; acepciones en términos como horma, etc. Ello estaría en consonancia con otras evidencias
fenotípicas y genotípicas, como la evolución del cráneo vasco desde el
cromañón, determinados linajes genéticos antiguos, etc.
Buena parte de los anteriores datos, especialmente ese
primer grupo de herramientas cortantes, ha llevado a un debate clásico en la
etnolingüística vasca. En un lado, los lingüistas y etnólogos vascos, hasta la
segunda mitad del siglo XX, acostumbraban a considerar que los términos de este
campo semántico debían de provenir del Paleolítico. La denominaremos como hipótesis paleoeuskérica, por presumir
una antigüedad paleolítica a la lengua vasca en base a este tipo de indicios.
En el otro lado, los lingüistas vascos actuales,
especialmente los más ortodoxos o académicos, asumen una lectura en línea con
las reconstrucciones indoeuropeístas del resto de la Lingüística moderna.
Explican el término base (haizkora) y
los relacionados desde términos hipotéticos de un supuesto ‘protoindoeuropeo’, o
idioma desde el que se supone derivaron los actuales idiomas indoeuropeos (es
el llamado PIE, por ProtoIndoEuropeo). En base a ello, niegan una antigüedad
paleolítica para la lengua vasca en base al componente -(h)ai(t)z-,
y critican además que el euskera pueda tener cualquier antigüedad superior a
cualquier otro idioma. La denominaremos como hipótesis indoeuropeísta, por explicar el componente -(h)ai(t)z-
y los términos en los que se encuentra desde un criterio basado en el
protoindoeuropeo o los idiomas indoeuropeos.
A pesar de la claridad con que la moderna vascología se
alinea con la hipótesis indoeuropeísta, este debate histórico sigue coleando en
la sociedad vasca del siglo XXI. Tanto, que hasta un cargo político se ha visto
en la necesidad de clarificar el asunto en línea con esa línea de la
Lingüística oficial:
Lourdes Auzmendi, [head of] the Ministry for Language Policy
of the Basque Government, while addressing NABO delegates admitted that she
could not “resist the temptation to refute the hypothesis that makes Basque a
Stone Age language.” She noted that many had likely heard about the ancient
origins of the language because of the supposed connection the word aizkora,
“axe” (whose first element was supposed to be haitz, “rock”) as the root word
for Basque tools. “Nothing could be further from the truth” she affirmed. “Aizkora
is a loan from post-classical Latin (asciola), not a palaeolithic term” she
said. (J.M.Y,
2012)
Un repaso más cuidadoso de debate, como propondremos aquí,
sugiere que las afirmaciones no deberían realizarse de forma tan tajante. Se
dan por hechos hipótesis con base empírica y potencia explicativa discutible y,
en consecuencia, algunas implicaciones que no se han desarrollado de manera
satisfactoria pueden dar todavía mucho de sí.
Este trabajo revisa los argumentos paleouskéricos y
indoeuropeístas diseccionando las claves del debate desde los argumentos
indoeuropeístas, pero agregando las implicaciones de las hipótesis
paleouskéricas más recientes. En la Sección 1 trataremos el núcleo del debate: si
el monema -(h)ai(t)z- presente en los
términos de herramientas cortantes del euskera refleja el significado del
lexema haitz o ‘roca’, o son
independientes. En la Sección 2, concretaremos lo que implicó el inicio
histórico del debate: si el término aizkora
o ‘hacha’ proviene de haitz o ‘roca’,
o del término latino ‘asci’. En la Sección 3, analizaremos con atención el
tercer argumento de la visión indoeuropeísta, es decir, el papel asignado a la
nasalización roncalesa para demostrar que los términos con -(h)ai(t)z- no provienen de haitz
o ‘roca’. En la Sección 4 introduciremos actuales teorías paleoeuskéricas,
realizamos una valoración de ambos polos del debate según criterios
metodológicos básicos de la Filosofía de la Ciencia, y revisaremos qué tareas
quedan pendientes para una moderna visión paleoeuskérica.
Concluiremos que la hipótesis paleouskérica no sólo es
consistente, sino que además puede profundizarse con tanto alcance como la
indoeuropeísta actual. Es decir, que si una explicación indoeuropeísta de los
términos haitz es posible, también es posible una explicación paleoeuskérica de
esos términos indoeuropeos asociados a este tipo de herramientas.
La hipótesis
paleo-euskérica parte de que la presencia del monema -(h)ai(t)z- (considerando también como forma de este morfema
dependiente a la variante atx y otras
parecidas) en los términos del campo semántico de herramientas cortantes del
euskera está en relación directa con el lexema haitz en la denominación de ‘peña o formación rocosa’.
La implicación lógica es que la presencia de -(h)ai(t)z- en la denominación de las
herramientas cortantes debe de provenir de las épocas históricas en que las
herramientas cortantes eran de haitz o roca, es decir, de roca tallada o
piedra. Nos situamos entonces en el Paleolítico y en Neolíticos no tardíos, cuando
las herramientas cortantes eran o bien de piedra o bien de roca tallada, o de
ambas, aunque con los tiempos neolíticos empezaran a convivir con herramientas
de metal. En palabras de Satrústegui:
La terminología propia de los instrumentos de piedra ha
sobrevivido hasta nuestros días (…). Aizkora, es el hacha aunque su
corte ya no es de piedra tallada -haitza- (…) El nombre de la azada, en
vascuence, es aitzurr. Aizto llamaron los roncaleses al cuchillo,
y para los valcarlinos las tijeras siguen siendo aizturrak. Todas estas palabras
responden semánticamente al esquema mental de los primitivos instrumentos de
piedra tallada. (Satrústegui, 1976, 128)
Esta lectura paleoeuskérica fue propuesta de antaño, sin
quedar claro quién fijó el primer antecedente:
Louis Lucien Bonaparte (según Trask, 1997a, 289) o Baudrimont y Vinson
(según OEH, 2015, Haitz) desde mediados del siglo XIX;
De Charency en esta última mitad del siglo XIX
(según Frank, 1980, 85);
o Emmanuel Inchauspe a finales del mismo siglo
(según Agud & Tovar,
2013, 643; Morvan, 1985, 169).
La visión fue considerada y popularizada por José Miguel Barandiaran
y asumida por otros como Julio Caro Baroja (1973, 148; 1949, 194), Menéndez Pidal
(1921;
1962),
o Arturo Campión (1919,
35-36), y también por Louis
Lucien Bonaparte, Christian Cornelius Uhlenbeck, Karl Bouda, Antonio Tovar, Miguel
de Unamuno o Pío Baroja
(según Trask, 1997a; Frank,
1980; Agud & Tovar, 2013, etc.).
Ha perdido fuerza en la moderna Lingüística vasca desde
mediados del siglo XX, pero existen en la actualidad dos visiones lingüísticas
que se hallan renovando este enfoque: la teoría
del sustrato vascónico de Theo Vennemann (2005;
1994)
y la teoría del sustrato común
paleoeuropeo de Roslyn M. Frank (2014;
1980).
Ambas afirman, desde posiciones muy diferentes, que el euskera guarda claves de
la época paleolítica europea que trascienden a su actual localización en los
Pirineos Occidentales, y que estas claves pueden aprovecharse para entender
mejor también los idiomas indoeuropeos actuales. Y por ello ambas teorías
pueden tener, como veremos, implicaciones en el debate que nos ocupa aquí.
Veamos más
concisamente los términos implicados. Antes de nada, el campo semántico
de herramientas cortantes tiene en euskera un componente -(h)ai(t)z- obvio:
aiz-kor/haiz-kor o ‘hacha’;
aitz-zur/aintz-z''
ur/haintz-zur o ‘azada’ (de
roca 'aitz' y madera 'zur')';
aiz-to/ainz-to o ‘cuchillo’;
zula-k-aitz o ‘cincel’
(zulatu - agujear, zulakaitz, ‘piedra que agujerea’);
op-aitz-ur o ‘azuela’;
o aietz/aiotz o 'machete';
aihotz/haiotz/aiotz o
‘podadera’;
ainz-tur o ‘tenazas’, etc.
Existen además otros términos
de instrumentos probablemente relacionados:
aiz-tur/ainz-ter/hais-tur/gur-aiz-ak o 'tijeras'; az-kona o 'flecha'; az-pila o ‘bandeja’, etc.
Por otra parte, existen toponimias claras con el monema -(h)ai(t)z- o su variante (sobre todo occidental) -atx-:
Atxarte, Atxuri, Aizkorri, Lemoatx, Udalatx/Udalaitz,
Untzilatx, Akaitz, Allaitz...
Finalmente, la
etnolingüística vasca ha sondeado otros términos que pueden remitir a culturas
cazadoras-recolectoras paleolíticas:
su(k)arria o 'piedra de fuego' (pedernal o sílex,
utilizada en paleolítico y neolítico para hacer fuego); la equivalencia entre
zur,
ur y lur; acepciones en
horma (como ‘pared’ y ‘hielo’) ;
artua
o 'lo cogido' (para designar el cereal recolectado de nombre ‘mijo’)
, etc.
Ello estaría en consonancia con otras evidencias fenotípicas
y genotípicas, como la expansión de la cultura magdaleniense del refugio de los
Pirineos Occidentales por Europa en oleadas hacia el 16.000 a. C. y 12.000 a.
C.
(Oppenheimer, 2005) tras generarse el haplogrupo
R1b hacia 18.500 a. C. y el R1b1c más tarde
(Karafet et al., 2008); la evolución del cráneo
vasco desde el cromañón en el territorio pirenaico occidental
;
el euskara como remanente de una familia más amplia de lenguas vascas
correlacionada con dicha distribución del R1b
(Wiik, 1999; 2008); patrones genéticos
paleolíticos y mesolíticos más frecuentes en la población vasca que sugieren
una continuidad local
(Behar et al., 2012); variedades genéticas como el
U8a nativas del País Vasco o grupos como el J frecuentes en él que se
consideran prehistóricas
(Alfonso‐Sánchez et al., 2008; Cardoso Martín, 2008; Cardoso et al.,
2011);
raras variedades como el
R1b1c4 que
sólo se encuentran en el País Vasco o como el
R1b1c6 con gran frecuencia
(Rosser et al., 2000), etc.
De todo ello se sugiere, en la hipótesis paleoeuskérica, lo
indicado: antigüedad paleolítica o neolítica para la lengua vasca, y -(h)ai(t)z- como resto particularmente
importante de esta antigüedad.
La actual Lingüística vasca asume una lectura en línea con
las reconstrucciones indoeuropeístas del resto de la lingüística moderna desde
mediados del siglo XX. El principal antecedente se encuentra en Gorostiaga (1958, 61), quien argumentó que haizkora
se deriva del latín ‘asciola’. Buena parte de la visión indoeuropeísta se ha
centrado en este aspecto, aunque hay más argumentos, como indica la siguiente
síntesis:
[E]uskararen
zahartasuna aizto, aiztur, aitzur eta aizkora bezalako hitzak haitz
hitzaren gainean eratuak izatean datzala (...) ez da hain garbia kontua,
konsideratzen badugu alde batetik aizkora-rentzat latinezko asciola-k
«esku aizkora» eskeintzen duela etimologia onena aurreko partea bezain ondo
azken partea ere azalduz eta bestetik erronkarierazko aizto-k eta aipatu
beste formek sudurkari baten arrastoa erakusten dutela (Gorrochategui,
1998, 21)
Si diseccionamos la postura e incluimos los argumentos de
otros autores: a) el monema -(h)ai(t)z-
en las herramientas cortantes no tiene que ver con haitz o 'roca', y
probablemente proviene de un supuesto monema protoindoeuropeo ‘*agw(e)si-’; b) (h)aizkora
es un préstamo desde el latín ‘asciola’, probablemente descendiente de ese ‘*agw(e)si-’;
c) la nasalización roncalesa es otro argumento a favor de que -(h)ai(t)z-
y haitz no tengan relación; y d) la supuesta antigüedad de la lengua
vasca se enfrenta también a otras asunciones de la Lingüística moderna.
El inicio de la teoría es la que aquí colocamos en segundo lugar (por
objetivos explicativos). Se asume con bastante seguridad,
aunque no tengamos testigo documental alguno, que la palabra (h)aizkora
o ‘hacha’ proviene
del latín asciola. En otra fase que se ha discutido más en el debate
social que el académico, se supone también que tanto este latín ‘asciola’ como
otros términos indoeuropeos provienen desde un supuesto ‘*agw(e)si-’, que sería
el propuesto por la Lingüística Histórica que podemos entender como ortodoxa para
todos los términos indoeuropeos. Los términos ‘hacha’ del inglés, alemán, o del
sajón, y también del español, italiano, francés, provendrían de este ‘*agw(e)s-’
protoindoeuropeo vía latín u otros idiomas antiguos. En relación con ello se dan
algunas críticas de la supuesta antigüedad paleolítica de la lengua vasca o de
algunos de sus términos.
La presencia de -(h)ai(t)z-
en el resto de herramientas cortantes es menos concisa. Ante que nada, se niega
que pueda provenir de haitz o ‘roca’
porque, según se argumenta, las herramientas prehistóricas no eran de roca sino
de piedra. Pero cuál es su origen no se explica de forma tan explícita. Según
algunos autores, tiene el mismo origen que el aiz de aizkora; por tanto, los diferentes términos de herramientas
cortantes deberían remontarse de una u otra manera a asci. Otros autores simplemente dejan ese origen en el aire y no se
aventuran a ello.
Un argumento final es la nasalización roncalesa. El dialecto
roncalés, que pervivió hasta el siglo XX, preservaba las nasales con formas
como antzur, ainzter, aintzur o ainzto. Y la
moderna vascología supone que estas nasales eran ‘históricas’, es decir, que
estaban extendidas en al antiguo euskara. Como en roncalés no se documentó
dicha nasal para la palabra aitz o ‘roca’, se supone que el -(h)ai(t)z-
de los términos de herramientas cortantes no tienen relación con haitz: su origen, se supone, era *ainz- y no aitz o ‘roca’. Ahora bien, una
cuidadosa atención a la argumentación de este aspecto nos depara sorpresas que
relativizan su importancia en el debate.
A pesar de la importancia histórica de este debate, resulta
algo asombrosa la carencia de estudios centrados en ella. En gran parte se debe
a la vascología moderna, fuertemente alineada con la hipótesis indoeuropeísta,
y en la cual la hipótesis paleoeuskérica que parte de haitz o ‘roca’ para explicar los términos con -(h)ai(t)z- es actualmente denostada a pesar de las últimas teorías
paleoeuskéricas. Ello lleva a que las referencias a nivel académico no suelan
sobrepasar el párrafo, y es necesario rastrearlas en escritos dedicados a otras
temáticas. Los más cercanos son un breve artículo de Morvan (1985), un capítulo en Frank (1980), o un apartado en Trask (1997a, 289-91), pero el resto son líneas, a
lo máximo párrafos, en trabajos destinados a otros objetivos.
No obstante, en la sociedad pervive todavía la idea
paleoeuskérica, según reconocen los propios seguidores del indoeuropeísmo tanto
para aizkora como para los demás
términos del campo:
Se supone tradicionalmente que aizkora tiene (...) que ver con haitz
‘peña’ (OEH,
2015, voz Aizkora).
Askotan entzun ohi da euskararen zahartasuna aizto, aiztur,
aitzur eta aizkora bezalako hitzak haitz hitzaren gainean eratuak
izatean datzala. (Gorrochategui,
1998, 21)
Lo cierto es que el debate no se ha ceñido a la
etnolingüística, sino que se trata de un debate cultural ya tradicional en la
propia sociedad vasca. Y es de agradecer que, aunque hayan eludido el tratarlo
a nivel teórico, algunos lingüistas profesionales se hayan pronunciado en los
medios de comunicación explicando y confrontando sus supuestos con los
euskaltzales de base. No en vano “etymology is a Basque national sport, almost
as popular as mus” (Gabilondo, citado en J.M.Y,
2012).
Por desgracia, a pesar del todavía persistente interés
social, parece como si los teóricos dieran el caso por cerrado. Excepto dejar
claro en el escenario social su creencia de que la hipótesis haitz es un mito, el asunto no les
genera mayor interés analítico. Y por ello la carencia de estudios analíticos
con tiempo y extensión para analizar los pros y contras de cada postura. De
facto, la mayor parte de las intervenciones, y algunas aportaciones
interesantes, se han dado más en medios informales que académicas, y conviene
considerarlos en un repaso serio a los argumentos del debate. Por ello, con
frecuencia, más que una discusión dentro de la Lingüística, el debate
sobre -(h)ai(t)z- ha de revisarse como una discusión social con
participación de lingüistas.
Las conversaciones informales en las casas, los bares o los
txokos conllevan un difícil rastreo científico, pero recientemente diversos
reflejos han trascendido a los mass media, y principalmente a las redes
sociales digitales. Así, sin la pretensión de cartografiar la polémica tal como
se estila en una exitosa propuesta reciente
(Latour, 2005; Venturini,
2010),
algunas de estas aportaciones informales serán recogidas aquí
.
La hipótesis paleouskérica de etnólogos y lingüistas
tradicionales plantea sus argumentos en un mismo bloque: todas los
términos de herramientas cortantes (incluido el de haizkora o 'hacha')
tienen un componente -(h)aitz- que se deriva de la palabra haitz o
'roca'. El núcleo del debate se plantea entonces sobre el hecho de que corresponda
o no el monema -(h)ai(t)z- al lexema haitz. Que se correspondan
parece lo más simple e intuitivo, tal como apunta este supuesto paleouskérico,
pero también puede que ello se deba a una homonimia, es decir, a la casualidad,
y que dicha teoría no se sostenga.
Entender que la presencia de -(h)ai(t)z- en los términos referidos a herramientas cortantes es
derivada de haitz o ‘roca’ parece
tener su origen en la herramienta más común o importante, la haizkora/aizkora o ‘hacha’. Baudrimont (1854), por ejemplo, remarcaba que aizkora
o ‘hacha’ parecía provenir de haitz o ‘roca’. Y como sólo pocos años despúes Vinson y
Hovelacque (1878, 238) apuntaban que dicha visión
era la sostenida por “les savants du pays”, cabe presumir que era una idea muy extendida
a nivel social mucho tiempo antes. De haizkora/aizkora
pudo ir poniéndose la atención en el resto de herramientas, como en esta cita
de Julio Caro Baroja:
aitzkor (…) según la hipótesis más probable está
formada de aitz=’piedra’ y, naturalmente, no ha podido ser formada sino
en una época en que la piedra era la materia [prima] (…) aitzur=’azada’
consta del mismo componente aitz. Por lo tanto, ha habido una fase en la
que el pueblo antepasado del vasco actual ha utilizado azadas [con] mango de
madera pero la parte fundamental de piedra
(Caro
Baroja, 1973, 148)
Así, por extensión, se llega a dicha deducción para todo el
grupo de herramientas:
El hacha, el cuchillo, la azada y otros instrumentos
cortantes derivan de la voz aitz ‘piedra’ (Menéndez
Pidal, 1921, 8),
Según la teoría indoeuropeísta actual, no se puede asegurar
que -(h)ai(t)z- se corresponda con haitz:
aizkora eta aldaeren etimologiarekin (…) aizto,
aitzur, aiztur, etab. bezala, haitz-en eratorri iruditu arren, lat. asciola
(…) jatorria asebetekoa dugu. (Lakarra, 1998, 48)
De todas formas, los argumentos suelen diferenciarse en dos
grupos:
. Aizkora,
del que se ve claro que proviene del latín ‘asci’.
. El resto de herramientas cortantes, cuyo
componente aiz- no puede provenir de haitz o roca, porque no es lógico a
nivel paleoantropológico (ya que las herramientas prehistóricas eran de
piedra), ni parece lo propio a nivel de evolución lingüística (ya que las
presumibles formas originarias del aiz-
de las herramientas cortantes no se corresponden con las de haitz o roca).
Fundamentar la componente -(h)ai(t)z- de las herramientas cortantes en el concepto de haitz o ‘roca’, o posibilitar que
tuviera un origen diferente, se dió en un aspecto del debate que merece algo de
fina atención. Veámoslo con el autor que se considera la base de la vascología
moderna, Luis Michelena, y el que se considera el inicio de la visión
indoeuropeísta de las herramientas con -(h)ai(t)z-,
Juan Gorostiaga.
Luis Michelena (1949) hace mención al supuesto
paleoeuskérico tradicional con una postura personal que reservaremos para más
tarde (dado lo importante de su rol y lo curioso de cómo se ha recordado), y
nos centraremos ahora en su acercamiento al núcleo del debate, es decir, a si -(h)ai(t)z- corresponde a haitz o tienen significados diferentes.
Conviene otorgar atención a la forma en que traduce haitz:
aitz, atx, haitz <<peña,
piedra>> (Michelena,
1949, 211)
Para el hablante euskaldun la traducción puede no tener
mayor interés o complicación, pero esas dos palabras 'peña' y 'piedra' tienen
una gran implicación en el debate. Obsérvese cómo Juan Gorostiaga traduce aitz:
aitz ‘peña, roca’ (Gorostiaga,
1958, 61)
Puede darse por hecho que Gorostiaga había leído la
aportación de Michelena y la tuvo en cuenta porque ofreció una traducción de
haitz
con el mismo formato
.
En todo caso, siendo la traducción de Michelena más libre o polisémica, uno de
sus dos términos traducidos cambiará en la nueva traducción de Gorostiaga: ‘piedra’
es suplantado por ‘roca’.
Un pequeño cambio para la definición, pero un gran paso para
la nueva teoría. Pues esta acotación del significado de haitz
prepara un golpe a la línea de flotación de la visión paleouskérica. Resulta
obvio cuando, a continuación, Gorostiaga basa la etimología de haizkora:
Aizkora. Generalmente se alega como prueba de la
existencia del euskera durante la Edad de Piedra el nombre de aizkora ‘hacha’,
como proveniente de aitz ‘peña, roca’. Pero tal etimología tropieza con
que aitz no es propiamente ‘piedra suelta’, sino ‘bloque, peñasco’ (Gorostiaga,
1958, 61).
Gorostiaga no explicita nada sobre la implicación del hecho
de que aitz no sea 'piedra' para el resto del campo semántico de
herramientas cortantes. No obstante, en lo que sin duda resulta declarativo de
intenciones, concede en el próximo párrafo otra explicación para otro tipo de
herramientas, las aiztur o ‘tijeras’.
Pues lo hace sin referencia a ninguna materia prima paleolítica, y asegurando
que a dicho caso le ocurre “igualmente” que en el caso de aizkora:
Aiztur. Igualmente nuestro aiztur 'tijeras', con otras
variantes, no significa sino 'las hermanas', como en Germania las 'tijeras' son
las 'hermanas'. Ahora bien, aizta no es sino el título de la 'hermana
mayor' o 'serora', la 'superiora del Monasterio' antista, y donde vemos
la influencia del vocabulario religioso en nuestro vocabulario (Gorostiaga,
1958, 62)
Ese “igualmente” se refiere a que aiztur tampoco debe
explicarse desde haitz. Gorostiaga elude proseguir con más términos
euskéricos para las herramientas cortantes, pero su visión queda clara y los
lingüistas posteriores tomarán buena nota.
Trask (2008), por su parte, sí considera
acepciones de ‘piedra’ para haitz (variando a un extensión LN sobre la BN de Azkue, 1969):
haitz (L LN), aitz (G HN L LN Z), atx (B L) n. ‘crag’,
‘stone’. 1187, ca. 1620. OUO. B form by
P30. By far the most widespread sense for this word is ‘crag’, and this is also
the sense it has in the numerous toponyms and surnames containing it. In
contrast, the sense of ‘stone’ is only sparsely recorded in LN, but this sense
is also prominent in the compounds containing the word. (Trask, 2008,
82)
Sin embargo, excluye de estos “compounds containing the word”
a los términos de herramientas cortantes y su componente -(h)ai(t)z-, con lo que este significado de ‘stone’ no daba apoyos
a la visión paleouskérica. En otras palabras, aunque acepta un significado de haitz como ‘piedra’ de importancia
etimológica, excluye al -(h)ai(t)z-
de las herramientas cortantes como otra forma de este haitz:
*(h)aitz- Hypothetical stem possibly underlying certain
tool-names. OUO. Very many have wanted to see this as haitz ‘stone’, and hence
as representing a time when the Basques had a Neolithic culture and made their
tools from stone. This is possible, but far from certain. (Trask, 2008,
82)
Así, haitz tiene
el sentido de ‘crag’ (‘risco, peña’) y ‘stone’ (‘piedra’); pero (h)aitz- como monema en las herramientas
cortantes de roca o piedra no tiene relación con haitz y por tanto haitz
no ‘opera etimológicamente’ con su sentido dentro de estos términos, aunque sí lo
tenga en “toponyms and surnames” y en “compounds containing the word” (sea en
el sentido epistémico de “prominent” como ‘bien conocido’ o incluso en el
ontológico como ‘destacado en el entorno’). Trask no explica ni sondea el
posible origen o razón de esta asimetría o anomalía.
Globalmente, la acotación de una traducción libre y
polisémica incluyendo ‘piedra’ por Michelena (1949,
211)
a una cerrada y unisémica asumiendo sólo ‘roca’ por Gorostiaga (1958, 61) posibilitará que el resto de
herramientas cortantes se vieran también como no provenientes de un paleolítico
haitz. En este contexto indoeuropeísta, se afirma que carecen de sentido
unas ‘herramientas de roca’ en el pasado. Lakarra (según
Kintana, 2007), por ejemplo, parece
haber indicado cómo carecería de sentido que los términos de herramientas
cortantes con -(h)ai(t)z- se refirieran a 'roca', porque en el
Paleolítico las herramientas eran de piedra:
Joseba Lakarra[k] zuhurki adierazi [du] tresnak haitzez
barik, gehienez ere harriz egiten zirela (Kintana,
2007)
Quizás la afirmación se realizó en alguna conversación o
reunión científica informal, pues no he encontrado su referencia en publicación
científica. De todas maneras, expresa bien el fondo del argumento indoeuropeísta
respecto a las herramientas cortantes con -(h)ai(t)z- que no son el
hacha.
En el mismo sentido argumenta Trask, con la siguiente
pregunta retórica:
[A]re stone shears and stone pincers really plausible? (Trask, 2008,
82)
En los siguientes apartados contrastaremos cada uno de estos
argumentos.
Hemos fijado las
siguientes como las posturas y variantes del debate:
. Para la hipótesis
paleoeuskérica, el -(h)ai(t)z- de las herramientas cortantes es un
reflejo de haitz o ‘roca, piedra’ indistintamente, tal como consideraba
el primer Michelena (1949). Ello implica que los términos se refieren a
la roca tallada o a la piedra con la que se confeccionaban estos instrumentos
en el Paleolítico y en el Neolítico.
Por el lado indoeuropeísta tenemos dos matices:
. En una hipótesis indoeuropeísta fuerte, tal como
ejemplifica Gorostiaga (1958), haitz se refiere a ‘roca’
y en ningún caso a ‘piedra’; el -(h)ai(t)z- de aizkora no tiene relación con piedra; y sugiere que lo mismo ocurre
en las otras herramientas cortantes como aiztur.
. En una hipótesis indoeuropeísta débil con matices, tal como ejemplifica
Trask (2008), haitz se refiere a ‘roca’
y en algunos casos a ‘piedra’, y tiene tal sentido en topónimos y antropónimos,
pero en todo caso el -(h)ai(t)z- en los términos las herramientas
cortantes no tiene relación con ‘piedra’, ni tampoco con el sentido de haitz o ‘roca’.
El argumento indoeuropeísta
tienen dos vertientes. Por una parte, las herramientas prehistóricas son
de piedra, no de haitz o ‘roca’; esta
es una vertiente paleoantropológica. Por otra parte, el componente -(h)ai(t)z- y/o el término haitz no tienen el significado de harri o ‘piedra’ (o es sólo regional); ahora la vertiente referida
es lingüística. En cuanto lo lingüístico es un reflejo o correlato de lo
etnográfico, las dos vertientes están relacionadas, pero cabe debatirlo paso
por paso antes de localizar sus correlatos.
La crítica básica
de la visión indoeuropeista es que las herramientas prehistóricas son de
piedra, no de haitz o ‘roca’. Sin embargo, esto da por hecho que la
materia operativa o cortante de las herramientas prehistóricas era tal como las
describen los idiomas indoeuropeos; ‘de piedra’. Y, por desgracia, eso no se
corresponde con la mayor parte de la prehistoria humana.
Una de las constataciones básicas de la Paleoantropología es
la roca tallada (normalmente de sílex) como herramienta básica en la mayor parte
de la vida de los homos desde hace unos dos millones de años, siendo la piedra
sólo utilizada como tal en usos primarios (como en el caso de piedras unidas
por lazo a un accesorio de madera en hachas rudimentarias). Respecto al homo
moderno, desde hace unos 200.000 años, pueden diferenciarse dos períodos al
respecto. La llamada ‘Edad de Piedra’ abarca todo el Paleolítico y el
Neolítico, hasta la Edad de Bronce en que se empezaron a generalizar lentamente
las hachas de bronce, sin que dejaran de utilizarse las herramientas ‘de piedra’.
Y en este período histórico cabe diferenciar las herramientas de roca tallada
de las que dieron su nombre al Neolítico, las de piedra pulimentada.
Más detalladamente, las hachas y puntas de flecha del
Paleolítico superior acostumbraban a ser de sílex y de minerales con rotura
similar, y provenían de rocas o de trozos de roca que eran tallados a golpes
hasta imprimirles aristas cortantes. Y es sólo en el tardío Neolítico cuando se
comenzaron a generalizar las hachas de piedras duras (no de sílex) pulimentadas
.
Aún así, las flechas, láminas largas tipo cuchillos, punzones, puntas, etc.
siguieron siendo de sílex tallado. Y tanto unas como otras tuvieron uso hasta
que las de bronce y hasta las de hierro se impusieron totalmente. En suma, las
herramientas del Paleolítico y del Neolítico son principalmente de roca
(tallada), y sólo en el Neolítico una parte de ellas se confeccionaban desde
piedras (pulimentadas), a pesar de ser denominadas en los idiomas indoeuropeos
como ‘de piedra’.
En palabras llanas, la fabricación de las herramientas
paleolíticas de piedra, normalmente de sílex o ‘pedernal’ (un tectosilicato de
origen volcánico), provenía de ‘lascas’ o desgajes producidos mediante la talla
de una roca. En canteras, de sus grandes bancos rocosos se desgajaban bloques
de piedra más o menos voluminosos, y estos bloques se golpeaban hasta llegar al
volumen que entendemos como ‘piedra’. Es entonces cuando eran tallados de forma
más cuidadosa hasta la formación del instrumento.
La arqueología experimental ha reconstruido
la técnica de hechura en que se desbasta un ‘trozo de roca’ por medio de la
talla buscando un uso concreto (bifaz, canto tallado, cincel…), y también la
talla de ‘núcleo lítico’ o ‘masa de roca homogénea’ para extraer lascas (se
llama núcleo a lo que luego será el desecho resultante), presumiblemente con
piquetas básicas (del propio sílex o de cuernos de venado) (p.e.
Torcal, Moreno, de la Torre Sainz, Ignacio, & Martí, 2008; Chavaillon &
Chavaillon, 1981; Ramendo, 1963). Una de las
razones de tomar al sílex como materia prima básica era, precisamente, por ser
muy susceptible de romperse en lascas cortantes (junto a una dureza
considerable de 7 en la escala de Mohs), e incluso en las técnicas más básicas
y antiguas se debía de entender a sus lascas talladas como ‘trozos de roca
manejable’ dado el proceso de fabricación.
La industria lítica aparecida en el País Vasco no es
excepción. Las hachas de filo transverso, por ejemplo, son “construidas sobre
grandes lascas de cuarcita”, tal como aparecen en el yacimiento de Olha (Ayerbe,
1999, 378).
Y máxime cuando, en la mayor parte de los espacios ocupados por el Hombre de Cromañón, los sílex no se hallaban
desperdigados y accesibles, sino que había que acudir a puntos distantes que
albergaban filones y que actuaban como ‘canteras’. Por ejemplo, los cromañones
de Ametzagaina, en Donostia-San Sebastián, tenían que acudir a Chalosse en el
sur de las Landas, Kurtzia al norte de Bilbao, o Urbasa en el noroeste de
Navarra; era allí donde desbastaban los filones y regresaban a los campamentos
con lo manufacturado (Arrizabalaga,
Calvo, Elorrieta, Tapia, & Tarrino, 2014). Los grupos del País Vasco registrados hasta
el momento tenían una zona de suministro y explotación media en torno a 100 km2 (según el mismo
estudio).
Todo ello conlleva una de las implicaciones más importantes
en el debate: que el componente -(h)ai(t)z-
en la denominación las herramientas cortantes prehistóricas lo tomaron
desde la palabra y concepto haitz o
‘roca’…
…es completamente consistente con los registros
arqueológicos, al contrario de lo que apuntan las lecturas indoeuropeístas;
…apoya una antigüedad paleolítica y no neolítica en la
generación de los términos; y por tanto
…muestra un origen de los términos vascos mucho más
antiguo que en los términos indoeuropeos, basados en el concepto ‘piedra’.
Consideremos ahora las herramientas prehistóricas
construidas con piedras adecuadamente pulimentadas, como pudieran ser cantos
rodados o guijarros no desgajados desde masas rocosas talladas. Incluso en este
caso, resulta chocante que los talladores y los usuarios de dichas herramientas
no se percataran de que las piedras, talladas o no, provienen de masas
minerales rocosas. Consideremos las posibilidades.
Según la visión indoeuropeísta, “tresnak haitzez barik, gehienez ere harriz egiten
zire[n]” (Kintana,
2007). Hemos visto que no era así, que en la mayor
parte de la prehistoria las herramientas eran de roca tallada sin pulimentar.
Pero incluso en el caso de las hachas que podemos considerar ‘de piedra’, las
hachas pulimentadas (sobre todo del Neolítico), lo más habitual era un proceso
de fabricación con roca tallada: “[a] la talla del esbozo o preforma, le
seguiría el piqueteado de las superficies”, quedando como evidencia
arqueológica “lascas y fragmentos de las rocas trabajadas” (Risch
& Martínez Fernández, 2008, 47).
Vayamos de todas
formas al caso extremo de “emplearse un fragmento natural de roca”, con lo que no era necesaria “la obtención
de la lasca [mediante] un gesto técnico previo” (Santonja
& Querol Fernández, 1978, 12). Y comencemos con los casos
de cercanía espacial que pueden sugerir la esencia común. Por ejemplo,
recordemos las acumulaciones de piedras bajo masas rocosas, frecuentes por la
erosión, y visiblemente con la misma textura, color, etc. ¿Los hombres
prehistóricos eran incapaces de deducir que dichas piedras provenían de las
rocas bajo las cuales se hallaban por desgaje? Y máxime cuando al escalar una
peña es muy común obtener por presión de las propias extremidades ese
desgajamiento y paso de la peña a la piedra concreto. Durante decenas de miles
de años, ¿nunca le ocurrió a ninguno de ellos lo que frecuentemente le ocurre a
cualquier montañero actual, y nunca fueron esos hechos comunicados a los
congéneres?
Consideremos ahora una distancia mayor, cuando las piedras
halladas no se correspondían con algún origen rocoso cercano, como de
determinados cantos rodados. Incluso así ¿eran incapaces de deducir que podían
provenir o por ejemplo, al inicio del curso acuoso en el que eran halladas? Y
finalicemos en el caso extremo en que era imposible hallar una relación de
procedencia. ¿Excluye eso también la posible deducción de una esencia común? Es
decir, ¿eran incapaces de percatarse de cómo piedras (a mano) y masas rocosas
(situadas en otros lugares) se componían de la misma materia común?
De todas formas,
estos casos no eran los habituales en el Neolítico. Como hemos visto, el
suministro habitual era desde canteras, y tallar la roca en lascas manejables y
finalmente pulimentarla era el proceder habitual en Europa occidental (Risch &
Martínez Fernández, 2008).
En suma, las herramientas de piedra pulimentada eran
previamente de roca tallada, pero incluso cuando no lo eran resulta poco
intuitivo suponer que la mente de las gentes neolíticas no advirtiera la misma
esencia mineral en ambos estados volumétricos y performativos. La llamada ‘Edad
de Piedra’ abarca todo el Paleolítico y el Neolítico, hasta la Edad de Bronce
en que se empezaron a generalizar lentamente las hachas de bronce, sin que
dejaran de utilizarse las herramientas ‘de piedra’. Y en este período histórico
cabe diferenciar las herramientas de roca tallada de las que dieron su nombre
al Neolítico, las de piedra pulimentada.
Así, para cada caso, e incluso cuando no cabe deducir de
manera lógica que las piedras son desgajes naturales o artificiales de las
rocas, ‘cantera’ / ‘gran masa rocosa’ / ‘banco rocoso’ / ‘bloque de piedra’ /
‘piedra o lasca’ / ‘herramienta’ comparten la misma materia física y la
diferencia semántica se refiere sólo al volumen (ni siquiera a las formas, que
pueden ser del todo análogas). Y cabe presumir que la mente cromañona era capaz
de advertir la esencia común. En consecuencia, que las herramientas cortantes
tiene que ver sólo o mayoritariamente con ‘piedra’ y no con ‘roca’, no sólo va
en contra de la Paleontología actual, sino que podría reprochársele un
menosprecio de que los homos modernos de esta época no pudieran atender a la
relación clara entre unos y otros volúmenes.
En consecuencia, la visión de la vascología indoeuropeísta
parece guiarse por una lógica binaria de ‘una cosa o la otra’, cuando ambos
orígenes comparten una lógica borrosa o fuzzy
de “misma esencia en diferentes grados”. Los volúmenes de un mineral no son ‘o
roca o piedra’, sino que un ‘banco rocoso’ podría entenderse de manera no
conflictiva como un ‘gran bloque de piedra’, y un ‘bloque de piedra’ como un
‘pequeño banco rocoso’. Por si hubiera alguna duda de que esta lógica no
binaria es plenamente asumida en la terminología científica, en Geomorfología estructural
(véase para términos el
clásico de Visser, 1980)
y más incluso en sus aplicaciones a la Arqueología (p.
e., Chao, Alberti, & Casais, 1998), los ‘bloques de piedra’ de
los que se suelen desprender con frecuencia los cantos tallados son entendidos
como ‘fragmentos de roca mayores que los cantos rodados’.
‘Roca’ y ‘piedra’ comparten la misma esencia física y
conceptual, pero puede que no sea contemplado así por los términos vascos para
herramientas con esa esencia física. Esta podría ser una respuesta posible
desde la lógica binaria de la hipótesis indoeuropeísta: “bien, puede que sea
así en la realidad, pero no lo es en la terminología”.
Más detalladamente, y según hemos visto, la vertiente
paleoantropológica del debate (que las herramientas eran ‘de roca tallada’ a un
nivel volumétrico entendido como ‘de piedra’) lleva, en los casos infrecuentes
(sin necesidad de talla previa de lascas), a implicaciones conceptuales e
interpretativas por los productores y usuarios (pues debían de ser tan capaces
como nosotros de advertir la misma esencia física entre los volúmenes
normalmente asociados a ‘roca’ o a ‘piedra’ incluso en los infrecuentes casos
en que no pudiera establecerse relación de performación, desgaje o derivación
natural entre ellos). Lo normal es que esta mente interpretativa, que discierne
mismas esencias en ‘rocas’ y ‘piedras’ del mismo mineral, deje esta impronta en
los términos lingüísticos que la reflejan. Pero supongamos por un momento,
siguiendo un criterio indoeuropeísta, que no fuera así en el euskara.
Supongamos que, tal como se supone en dicho criterio, los significados
regionales de haitz como ‘piedra’ no
pudieran hallarse implícitos también en la mente de los hablantes del resto de regiones.
Lo que debemos contrastar, por tanto, es si los reflejos
terminológicos vascos de la realidad ‘roca’ o ‘roca tallada’ excluyen
efectivamente o no la inclusión del concepto ‘piedra’, más allá de lo que
conceptualmente cabe esperar.
Lo primero que se advierte es que la admisión de una esencia
común parece reflejarse incluso en los propios términos definitorios del idioma
(véase para todos los casos siguientes OEH, 2015). Tenemos el grado máximo, es
decir, los dos monemas combinados para la misma definición en distinto orden: harkaitz
para ‘peña o masa rocosa’ (según har-(k)-haitz); haitz-harri o atxarri para ‘rocas o bajos de
arroyos y ríos’ (en ambos casos según haitz-harri);
o haitz-harripe para ‘zona situada
bajo peñas’ (en un también obvio haitz-harri-behe).
También de forma individual; por
ejemplo, en harbeltz o ‘roca’ se da
como componente har- o ‘piedra’. Y se
dan también formas equivalentes en diferentes definiciones, como haitzpe
y harpe para ‘cueva, gruta’.
Que la lógica binaria de la visión indoeuropeísta no es la
que parece hallarse impresa en la ‘weltanschauung’ o
munduikuskera del idioma vasco, pero sí la lógica fuzzy de esencia
común, lo tenemos en este caso de
harpe para ‘cueva, gruta’: no hay cueva alguna bajo ninguna piedra
‘de volumen manual’, por lo que
har-
se refiere de facto al mismo
haitz- o
‘roca’ que se halla en su sinónimo
haitzpe. Más aún, el término para
‘cantera’ (que suele asociarse por sus grandes volúmenes a grandes bancos
rocosos y no a pequeñas piedras) se da con el monema de ‘piedra’,
harr-obia. Finalmente, podría aducirse
que esta lógica fuzzy es posterior a tiempos prehistóricos, pero la roca de
sílex o pedernal es denominada en euskera
sukarri/sugarri/su-harri o ‘piedra
de fuego’ (como se sabe, el sílex era la materia prima básica para hacer fuego
en el Paleolítico); y debería explicarse entonces esta supuesta anomalía
.
Esta ‘concepción de esencia común’ está presente en otras
definiciones, como
kareaitz o
karearri para ‘piedra caliza’, desde
kare–(h)aitz y
kare-(
h)arri. Se da además
una curiosa reiteración fuzzy con
karaitzarri, es decir, kar(e)–(h)aitz
-(
h)arri. Y sentencias atestiguadas como “karaitza ta kare-arria bat dira” o
“(h)an ez zan karaitzik, karea egiteko arririk” (OEH, 2015)
. Y no sólo en
definiciones, dicha concepción se rastrea también en expresiones, como
Haitza haitzaren gainean igorri dako o
‘le ha arrojado piedra sobre piedra’ (Azkue,
1969, 20);
o “HAIZKA, BN,
harri aizka S ‘a pedradas’<. Parece derive de
(h)aitz” (Agud & Tovar, 2013, 646);
“ATXUKALDI R 'pedrea, pedrada', 'indirecta, pulla'. De
atxo, dimin. de
aitz 'peña,
piedra' +
aldi 'rato' (Corominas)”
(Agud & Tovar, 2013, 487),
etc.
Finalmente, es
innegable que el componente –(h)arri-
o ‘piedra’ se da en topónimos extendidos por toda la geografía vasca designando
grandes formaciones rocosas, como
Aiako Harriak, Arriolatx, Pardarri, Arraitz,…
Así, para la generalidad del área lingüística, deduce
Michelena:
vasc. (h)aitz 'peña', vizc. atx, y (h)arri 'piedra' (…) en
toponimia vasca son prácticamente equivalentes (Michelena, 1972, 25)
Otro caso, el de zuhaitz o ‘árbol’
, es más complejo, pero reviste mayor interés
al estar asumido por la moderna vascología como combinación de
zur-haitz (p. e., "zur-+-haitz
> zuhaitz" en Martínez, 2013, 39).
A nivel literal sugiere algo contraintuitivo, una ‘roca de madera’. Pero una
de las acepciones de
zuhaitz, en el
dialecto labortano, es ‘árbol destinado para madera de construcción’. Ello
sugiere que
haitz se utilizaba en la
palabra no con sentido de ‘roca’, sino de manufacturación, lo que es
completamente coherente con la conocida como ‘Edad de Piedra’, en realidad más
bien una ‘Edad de la Madera’
(además de una ‘Edad del Hueso’). En otras palabras, esta acepción labortana de
zuhaitz podría muy bien estar describiendo
su etimología describiendo que
zur o
‘madera’ era manufacturado tal como
haitz
(que quizás no era el input más utilizado como materia prima pero sí como
capital físico o transformador de los demás).
De resultar acertada esta lectura, dicha acepción labortana
de zuahitz sugiere un arcaísmo del
mayor grado. ‘Árbol’ pertenece a un universo
empírico vegetal distinto del mineral, pero la manufacturación humana de ambos
sería lo que habría hecho converger a haitz/–(h)ai(t)z- como componente de los términos referidos a ambos universos. Y
volvería haitz o ‘roca’ a ejercer
como operador etimológico, al contrario de lo que opinaba Trask, con el monema
de herramienta y manufacturación –(h)ai(t)z-.
Un caso parecido podría operar en haitz-lur o ‘tierra más dulce, mejor, más negra y fácil’ (OEH, 2015). Parece obvio que su traducción literal,
‘tierra de roca’, debería de ser contradictoria al sugerir una tierra difícil o
imposible de labrar –no precisamente ‘dulce’- para una mente prehistórica vasca
(que, en este caso sí, carecería de los conocimientos de dinámica geológica
necesarios para conocer que determinados tipos de tierras ricas tienen origen
mineral y volcánico). Ahora bien, se entiende sin fricciones cuando entendemos
que haitz se asociaba no a dicho sentido mineral, sino al sentido de
manufacturación.
Recuperando el hilo,
todas estas asociaciones de los conceptos ‘roca’ y ‘piedra’ en diferentes
definiciones, expresiones y topónimos pudieron ser las que llevaron a aventurar
un origen etimológico de haitz desde harri: “(h)aitz «rocher», probablement de *har(r)itz, comp. (h)arri
«pierre»” (Uhlenbeck, 1909, 421). Aunque el intento “[n]o es en modo alguno
claro” (Agud & Tovar, 2013,
642) o puede estar implícitamente negado por otros argumentos (p. e., Schuchardt, 1909), una asunción de esencia común en ambos
conceptos haitz y harri (sin derivación etimológica de uno
en otro) se antoja más que bien establecida en el euskera.
En suma, cabe asumir
que la relación semántica entre los términos de haitz y harri debía estar
clara en los períodos en los que los términos repasados fueron ideados, y debía
de estarlo también en la mente moderna de los hablantes con quienes se atestiguaban
y documentaban los términos en los procesos de confección de diccionarios, aunque
como equivalencia certera sólo se concretara a nivel regional. Por ello, parece
poder generalizarse como perteneciente a la weltanschauung
vasca lo siguiente:
Aitz, haitz, harri, oro bat dituzu haukien arabera. Harri handi,
mendietako kotorrer (rocher, peña), erraiten ohi zuten beihala aitza,
Baigorriko eskualdean (sentencia recogida en OEH, 2015, Haitz)
En consecuencia, cuando el foco analítico se saca de los
límites del campo semántico de herramientas cortantes para contrastar las
claves del debate, obtenemos que las combinaciones semánticas haitz/harri tienen un amplio alcance que
no ha sido contemplado por la hipótesis indoeuropeísta. Se hace difícil asumir
que los términos de herramientas cortantes con –(h)ai(t)z- no se refieran a haitz
y a harri, cuando muchos otros
términos toponímicos y de otro tipo sí consideran la equivalencia. En términos
de Trask, si haitz junto con harri
operan etimológicamente en topónimos, e incluso en definiciones, ¿cómo es que
no lo hizo en el campo de las herramientas cortantes? ¿Cómo se explican
entonces todos estos términos? Deberían haberse explicado las razones para que
la teoría de indoeuropeísta fuera
completa. Y no debiera hacerse cargado a la teoría paleoeuskérica con la carga
de la prueba, dado que la explicación a priori simple y parsimoniosa es que
operan de forma análoga.
Hay una serie de instrumentos que, presumiblemente, nunca
fueron de roca o piedra, y que mantienen en euskera el componente –(h)ai(t)z-. Esto sería un importante
argumento para indicar que –(h)ai(t)z-
no se refiere a haitz, particularmente
importante para la postura que hemos calificado aquí como de indoeuropeísmo débil, ejemplificado por Trask
(2008). Dicho autor sí admite un
significado reducido de haitz como
‘piedra’, y asumiendo que las herramientas paleolíticas son de piedra, busca
entonces incoherencias lógicas en términos del campo semántico, para ver si
realmente en euskera el componente –(h)ai(t)z-
se corresponde con haitz. Y las
encuentra en las herramientas basadas en eje que difícilmente serían
fabricables en piedra u operarían con tal materia prima: tijeras, tenazas y
pinzas (incluyendo cizallas, podaderas y grandes tijeras). Ello le lleva a
concluir que haitz, a pesar de poder
ser ‘piedra’, no tiene funciones etimológicas en los términos con –(h)ai(t)z-. Tal como concretó:
[A]re stone shears and stone pincers really plausible? (Trask, 2008,
82)
Obviamente, arduo resulta concebir algo como unas ‘tijeras
de piedra’. Pero pensemos ahora en este término moderno: ‘pluma estilográfica’.
Si lo interpretamos de forma literal, ninguna pluma estilográfica moderna es de
pluma, pero las denominamos así. Y la razón es que las plumas estilográficas
fueron una actualización de la función de las antiguas plumas de ave. Pues
bien, igualmente pudo ocurrir con estos términos aparentemente problemáticos.
Las tijeras son una derivación de los cuchillos (con la unión de dos de ellos
en un mismo eje) y, por tanto, son muy presumiblemente una actualización de una
función antigua de una herramienta básica sí construida con sílex tallado, y
para el cual habría ya el término haiztoa
o alguno parecido. Y más cuando uno de los primeros y más importantes usos de
las tijeras debió de ser fue “esquilar ganado”, y como tal se conserva en una
acepción vasca (Agud & Tovar, 2013, 648). Así, aiz-tur/art-az-i/gur-aiz-a o, literalmente, ‘tijeras de roca’, no
se referiría a su componente, sino a su origen.
Finalmente, a nivel
dialéctico, parece que nadie ha notado cómo la crítica de Trask se sustenta en
una falacia mereológica mayor de la que critica. Más elaboradamente, su
supuesto de que haitz no tiene
funciones etimológicas mediante –(h)ai(t)z-
implica una crítica de que la hipótesis paleoeuskérica asume como lógica total
del campo lo que sólo una mayoría de los casos cumple. El argumento sería “fíjese que –(h)ai(t)z- no se refiere a haitz,
veálo en estos casos imposibles”. Pero como la mayor parte de términos referidos a instrumentos cortantes sí se
confeccionaron con roca o piedra en el pasado, y Trask construye su
criterio sobre este grupo minoritario de casos (“haitz no opera etimológicamente porque hay estos casos en los que
no opera”), comete también falacia mereológica, y en este caso más grave al
generalizar no una mayoría sino una minoría de los casos. A nivel dialéctico,
la crítica es inconsistente. Aunque aquí nos interesa no tanto la validez
argumentativa sino lo que realmente ocurrió en la generación de estos términos;
así que prosigamos.
En suma, la ausencia de las apuntadas aproximaciones
conceptuales e interdisciplinares básicas a la esencia común haitz/harri en los linguistas
indoeuropeístas, y la consiguiente intepretación de los términos euskéricos en
su propia lógica, parece tener varios marcos posibilitadores insoslayables:
A) Asumir una incongruencia de haitz en los términos de herramientas cortantes responde a un marco
cognitivo determinado según el cual las herramientas del paleolítico eran ‘de
piedra’, tal como se denomina en los idiomas indoeuropeos actuales a las
herramientas del paleolítico, cuando el euskera responde a una lógica más
abierta, empírica e histórica.
B) El énfasis en si –(h)ai(t)z-
significa 'piedra' o no, y en que no lo pueda significar en el caso de las
herramientas cortantes, tiene el objetivo de cuadrar las etimologías del
euskera con las de los idiomas indoeuropeos.
C) Parece como si los autores indoeuropeístas pensaran la
relación ‘roca’/‘piedra’ del paleolítico en términos demasiado aristotélicos y
binarios, cuando realmente estos cuerpos físicos comparte precisamente su
materia física, y cuabndo los térmubos referidos a ellos comparten una
semántica dialéctica fuzzy. Esta semántica fuzzy parece haber sido mucho más
claramente advertida para el usuario paleolítico, para el moderno arqueólogo
experimental, y para la mente desde la cual se concibió la génesis lingüística
implícita en el euskera.
D) Lo anterior implica también un foco de atención ceñido
a lo lingüístico, sin atender a la realidad propia de la historia y del estudio
de las herramientas cortantes. Un conocimiento más extendido de los registros
de la Paleoantropología y de la terminología de disciplinas como la
Geomorfología hubiera ayudado a enfocar el problema de manera diferente.
Muy básicamente, los talladores y usuarios paleolíticos y
neolíticos podían entender tan bien como nosotros que la piedra tallada en una
herramienta provenía del elemento roca, que las piedras no talladas sino
pulimentadas también provienen de las masas rocosas, o que, al menos, las
piedras pulimentadas están formadas por la misma materia mineral que otras
rocas mayores en volumen
.
En consecuencia, entender los términos
haitz
o ‘roca’ y
harri o ‘piedra’ como
referidos a realidades de esencia antagónica o diferente resulta un supuesto
difícil de asumir en cualquier aproximación mental sensata a la mente y
vivencias paleolíticas y neolíticas. Implica concebir a los homos modernos más
como australopitecos de mente animal que como homo sapiens de mente humana.
Pero debe atenderse a la implicación fundamental en lo que
se refiere al debate sobre los términos con –(h)ai(t)z-.
A la luz de los modernos registros arqueológicos, incluso en el País Vasco, los
términos vascos anclados en la lógica de ‘herramientas de roca’ según el
componente –(h)ai(t)z- o ‘roca’ se
muestran como más adecuados a la realidad histórica prehistórica, y sugieren
una antigüedad mayor, más paleolítica, que si hubieran sido concebidos a partir
del componente harri o ‘piedra’,
sugiriendo un marco referencial más neolítico, como presuponen los lingüistas
indoeuropeístas. En la mayor parte de la historia de la humanidad, a pesar de que se denominen en los idiomas
indoeuropos como el español o el inglés como herramientas ‘de piedra’, las
herramientas cortantes han sido en realidad mayormente ‘de roca’.
En estos sentidos, las disquisiciones en torno a que -aitz-
esté referido a 'piedra’ carecen de significación empírica, y parecen deberse a
ejercicios de Lingüística demasiado ceñidos a la propia especialidad,
descuidando el trabajo transdisciplinar, y asumiendo términos modernos
(indoeuropeos, con un marco referencial más bien neolítico) sin atender al
contraste histórico de las lógicas derivadas de otro idioma (el euskera, con un
referente más bien paleolítico). El equívoco puede provenir de que la
pulimentación (en ‘la piedra’) requería hasta 50 veces más tiempo de trabajo
que el tallado (de ‘la piedra’ desde ‘la roca’) (Risch & Martínez
Fernández, 2008, 48), y de ahí los términos indoeuropeos basados en
‘piedra’ más que en ‘roca’. Pero resulta difícil concebir que una sociedad
inmersa en ambas fases del proceso productivo olvidara la esencia común de
ambos inputs, o que no la pudiera considerar al originar los términos asociados
a dicho proceso, como en el caso vasco.
En suma, incluso en
los casos aparentemente más anómalos, el monema -(h)ai(t)z- en las
herramientas cortantes no sólo no es una contradicción, sino que apoya aún más
la antigüedad paleolítica (y no neolítica) del euskera. Los lingüístas
indoeuropeistas asumen que a) las herramientas cortantes son ‘de piedra’, tal
como se denominan en los idiomas indoeuropeos; y b) si el euskera no denomina a
dichas herramientas como ‘de piedra’ entonces no corresponde a dichas épocas
históricas. Pero, en realidad, las herramientas cortantes prehistóricas de la
mayor parte de la historia de la humanidad son, si se quiere ver este asunto de
forma literal, ‘de roca’ (tallada), y no de ‘piedra’ (pulida); e incluso las de
‘piedra’ (pulida) partían normalmente de la ‘roca’ (tallada).
Por decirlo directamente, cuando (Gorostiaga,
1958, 61)
afirmó que “aitz no es propiamente
‘piedra suelta’, sino ‘bloque, peñasco’”, no consideró que las ‘piedras sueltas’
con que se fabricaban las herramientas (cuyos términos tienen aitz-) se desgajaban en lascas de los ‘bloques,
peñascos’; y que los hablantes que idearon los términos y sus significados
pudieron haber tenido más conocimiento de campo que el suyo al interpretarlos.
La visión indoeuropeísta se basa en la supuesta claridad
etimológica de una 'teoría-asci del término haizkora' afianzada por
Gorostiaga (1958; 1982), aunque indicada por él mismo
que ya ha sido "anteriormente propuesta". Reprocha a la teoría haitz el formar parte de las “elucubraciones fantásticas” sobre el
euskara, y a continuación lo explica así:
Haizkora. (...) Deriva sencillamente del latin asciola
con metátesis aiscola, de ascia,‘hacha’. Es, en fin, como el español ‘azuela’.
Igualmente aitzur ‘azada’, sería como el español, otro derivado de
ascia/asciata, 'azada'. (Gorostiaga,
1958, 61)
A la postre, su convencimiento no se debilitaría un ápice en
veinticuatro años:
AIZKORA
«hacha», instrumento prehistórico, no tiene que ver con AIZ/AITZ «roca», sino
que proviene del latín ASCIOLA, cf. español AZUELA, lo mismo que AITZUR
«azada». (Gorostiaga,
1982, 128)
Cuando Gorostiaga (1958) comentaba que su etimología ya ha sido “anteriormente
propuesta” se refería probablemente a Busca Isusi (1955), que poco antes había apuntado
precisamente eso, en un capítulo de libro dedicado al hacha vasca, para el
debate sobre haitz :
[T]an lícito es suponer la palabra aizkora derivada de aitz,
como suponerla procedente del latín asciola (Busca Isusi, 1955, 84)
Independientemente de cuál es el primer antecedente en la
literatura académica vasca, a partir de Gorostiaga (1958) la ortodoxia de la vascología
se alineará con esta interpretación; veamos algunos ejemplos:
haizkora<asciola (Igartua,
2011, 907).
(h)aizkora “ax” (B [askóra]) (…) may derive from Lat. Asciola
(see Michelena 1977) in spite of its apparent formal relation to other
Basque words such as aizto "knife", aitzur
"hoe", aiztur "shears", etc. (Lakarra,
1995, 190)
Gorostiaga (1958, 61) puede tener razón al pensar como origen
en lat. asciola, con metátesis (OEH,
2015, Aizkora).
haizkora (…) From *azkola
(…) from Lat. asciolam ‘hatchet’. (Trask, 2008,
83)
Obérvese que nunca se ha encontrado documentación ni
atestiguamiento del préstamo ‘asciola’> haizkora
propuesto por Busca Isusi (1955) y Gorostiaga (1958), ni tampoco de la implicada
evolución ‘asciola’>*azkola>haizkora
propuesta por Trask (2008,
83).
Por ello, resulta asombroso que los tonos condicionales y posibilistas de los
escritos académicos como “may derive”, “puede tener razón”, etc. pasen luego en
el debate social a afirmaciones tajantes no matizadas (las cursivas son mías):
[a]izkoraz, aizto, aiztur eta horrelako (…) fantasia
zaharkitu horiek behin eta berriro errepikatzen segitu nahi duten arren (…)
Mitxelena bezalako pertsona serioek, adibidez, ez zituzten behin ere
aipatu (Kintana,
2011-06-23).
Nothing (…) further from the truth [than] the
hypothesis that makes Basque a Stone Age language. (Lourdes Auzmendi, viceconsejera de
Política Lingüística, en J.M.Y, 2012)
Si aizkora proviene del latín asciola, lo
normal hubiera sido que el resto de herramientas cortantes con monema aitz
también provinieran de términos del latín, dado que el hacha de mano parece ser
la herramienta más importante o usada, o al menos, la más prototípica del
conjunto. Por ejemplo, tanto en el debate social como en el campo académico
lingüistas actuales se inclinan por tal extensión:
aizkora eta aldaeren etimologiarekin (…) aizto,
aitzur, aiztur, etab. bezala, haitz-en eratorri iruditu arren, lat. asciola
(cf. FHV) jatorria asebetekoa dugu (Lakarra,
1998, 48).
aitzur, aizkora, aizto, aiztur bezalako hitz[a]k (...) bai
bertoko eta bai atzerriko beste hizkuntzalari batzuek ere, berba horiek
segurenik latinetik helduriko mailegu zaharrak zirela irakatsi ziguten (Kintana,
2011-2-19).
En las referencias académicas no hemos encontrado los
supuestos orígenes desde el protoindoeuropeo (pie) vía latin, pero la evolución
sería:
(vasco) –ai(t)z- < (pie) *agw(e)s- / *aks-
Por su parte Trask (2008), que como hemos visto asume
algún sentido de –(h)ai(t)z- como ‘piedra’,
representa a aquellos que separan la etimología latina de haizkora del resto de resto de términos –(h)ai(t)z-, por estar más clara, y no pasan a aventurar orígenes
protoindoeuropeos comunes para todo el campo semántico:
Several Basque tool-names look as if they might be built upon
haitz (…) [b]ut the similar-looking
haizkora `ax' is almost
certainly a loan from Latin
asciola ‘hatchet’. (Trask, 1997b)
En todo caso, debería deducirse entonces que la similaridad
fonética entre la componente
-(h)ai(t)z-
en los términos de herramientas cortantes y el término
haitz o ‘roca’ es simple casualidad, una homonimia aleatoria en la
dinámica lingüística del vasco. Para finalizar, existen otras posibles lecturas
sobre el origen de
aizkora, pero las
posiciones sobre los términos de herramientas cortantes en euskera se reducen
casi totalmente a esta paleouskérica y las indoeuropeístas.
La etimología de haizkora
propuesta por Gorostiaga (1958,
61)
se basa en la similaridad haizkora/asciola,
lo que le lleva a postular el préstamo y la metátesis implicada. Para el resto
de términos de herramientas cortantes, en la solución Lakarra-Kintana (Lakarra,
1998, 48; Kintana, 2011-2-19), todo el campo habrían sido préstamos del latín.
Y en la solución o, mejor dicho, no-solución de Trask (2008,
82 y 83),
se desligan el origen de haizkora y
los orígenes del resto de términos, pero estos últimos quedan sin explicar.
En todo caso, si todos los términos con –(h)ai(t)z- provienen del latín debería explicarse porqué la
similaridad fonética entre los términos –(h)ai(t)z-
con respecto a ese monema no se da en latín, si al final todos los términos
fueron importados de ese idioma, o simplemente por qué se da,
independientemente de lo que ocurra en el resto de idiomas europeos. Habría que
explicar la curiosidad de que el monema ‘asc-’ del término ‘asci’ (‘ax, asciola, securis’ son formas
latinas para ‘hacha’ o haizkora)
no se da en el resto de denominaciones latinas, como sí se da en el euskera que
supuestamente los importó: ‘ligo,
bidentis’ para ‘azada’ o aitzurra; ‘ferro, culter, novacula’ para ‘cuchillo’
o aiztoa; ‘dola tibi’ para ‘cincel’ o zulakaitza; ‘auge’ para
‘flecha’ o azkona; además de otros relacionados como ‘bin, fossa, lacus’
para ‘bandeja’ o azpila, etc. (Larrabe,
2011).
Consideremos algunas posibilidades. Por ejemplo, si el
euskera importó a estos términos del latín, cabría explicar la pérdida o el
cambio de los términos en latín por dinámica histórica, habiéndolos conservado
el euskera. Pero, en este caso, ¿por qué este idioma fue cambiándolos con tanta
tasa de variabilidad, mientras el euskara los mantenía con una mucho menor? Es
decir, que este supuesto acarrearía problemas acaso mayores para la actual
vascología ortodoxa, porque implicaría una muestra muy prominente de la
estabilidad del euskera respecto a otros idiomas, algo radicalmente negado por
algunos de sus máximos representantes (Kintana, 2011-06-23).
En un caso u otro, gran desafío teórico implica explicar que,
careciendo las palabras del latín de un monema conjunto en estos términos (sea
en origen o por evolución), de pronto el euskera llegara a ello para todos los
préstamos importados de él (sea por mantenimiento del origen latino o por
evolución a ello cuando el latín no la experimentó).
Y si el euskera no importó estos términos del latín, y
además no se refieren a haitz como su
componente –(h)ai(t)z- sugiere, volvemos al problema de partida: ¿cómo
surgieron esas asombrosas homonimias conjuntas pero aleatorias en los términos
del campo semántico euskérico de las herramientas cortantes, ya que se niega el
origen de haitz o ‘roca’? La
necesidad explicativa permanece. Y además, cualquier explicación debería
considerar un universo amplio, no uno tan reducido a aizkora y a otras herramientas cortantes con –(h)ai(t)z-. Si no provienen de haitz
por estar confeccionados con materia prima mineral, ¿cómo explicar las
equivalencias con los topónimos de formaciones minerales tipo Atxarte, Atxuri, Udalaitz, Untzillaitz, etc.?
Una visión radicalmente indoeuropeísta postularía que el
monema vasco
–(h)ai(t)z- de la
herramientas cortantes proviene junto con el
aiz de
aizkora del latín
‘asciola’ o de algún protindoeuropeo tipo ‘*agw(e)s-’. Pero entonces, ¿por qué
esta homonimia entre hacha, herramientas cortantes y toponimia no se da en tal
medida en el resto de idiomas indoeuropeos? Volvemos a problemas para la
coherencia entre teorías de esta visión. Al abrir el universo de discurso, las
necesidades explicativas se multiplican. Pues esta equivalencia no ocurre en el
resto de idiomas indoeuropeos, resultando asombroso que el único idioma no
indoeuropeo conservado en Europa occidental sea precisamente el que tuvo esta
gran influencia del latín, que incluso el propio latín y otros idiomas
indoeuropeos no tuvieron o no mantuvieron
.
A nada que se ahonda, implicaciones de universo de discurso
y de consistencia que se antojan arduas para conseguir una teoría completa. Y
mientras, las explicaciones van alejándose cada vez más de la explicación más
sencilla, económica y productiva, la que asume un sentido común de hablante sin
la necesidad de cuadrar un amplio abanico de términos vascos al supuesto de un
préstamo concreto del latín, el de ‘asciola’, nunca atestiguado ni documentado.
Un ejemplo de lo poco intuitivo de esta vía explicativa
queda manifestada por una azarosa concreción evolutiva a realizar de dichos
términos, tanto si vienen de la raíz ‘asci’ (en
la sugerencia de Lakarra, 1998, 48) como si vienen de los
diversos términos latinos (en la sugerencia
de Kintana, 2011-2-19).
Tal como advierte una crítica al segundo caso:
[P]entsatu behar dut, zure iritziz, "aitzur" berba
latinezko "ligo"tik datorrenez, hauxe izan zela bilakaera: ligo ->
ligour -> litxour -> litzur -> aitzur? Edo beste hau:
"aizto", zure iritziz"“culter"tik datorrenez, hauxe izango
zen bilakaera: culter -> cuzter -> cuztor -> uztor -> aiztor ->
aizto?? (Larrabe,
2011)
Puede que alguna
intuición relacionada con estos problemas llevaran, como decíamos, a que Trask (2008,
82 y 83)
presentara esa versión diferente basada en a) haizkora proviene del latín; y b) los términos –(h)ai(t)z- tienen un origen diferente al de haizkora; pero c) no se localiza ese origen diferente ya sea en el
latín o en otra lengua. Sin embargo, como proponemos ahora, la completitud de
la teoría no sólo exige c), sino otras diversas implicaciones de grave
dificultad predecible.
El tercer agumento de la teoría indoeuropeísta sobre el
componente –(h)ai(t)z- de las
herramientas cortantes es la existencia atestiguada de una nasalización en el
dialecto roncalés, por desgracia perdido en una época tan reciente como el
siglo XX, con la muerte de su última hablante. Una cuidadosa disección de cómo
se ha generado históricamente este argumento, y cómo se sustenta en la
actualidad, arroja resultados inesperados.
Que el componente -aitz- de los restantes términos no
tienen que ver con haitz o 'roca' suele retrotraerse a Mitxelena (1949), según el cual haitz
provendría de un hipotético ahitz previo, y este a su vez de anitz,
es decir, haitz < *ahitz < *anitz. Ello se debería
a...
la presencia en roncalés de una nasalización en varios de
ellos: ainzter <<tijeras grandes>>, ainzterto
<<tijeretas>>, ainzto <<cuchillo>>, ainztur
<<tenazas>>. Hay que añadir fuera del Roncal (h)aintzur, que
con la variante antxur (o altxur, cfr. aldamio,
<<andamio>>) tiene mayor extensión que la que Azkue le señala. Es
decir que estas voces podemos admitir como probable un primer elemento
*ani(t)z- o *ane(t)z.
(Michelena, 1949, 211)
Este hecho es actualmente considerado como indicio a favor
de una lectura indoeuropeísta del campo; por ejemplo, dice Trask:
Some of the forms [put into question] suggest a possible
reconstruction *anetz, by P1. (Trask, 2008, 82)
haizkora (...) The possibility that *(h)aitz- {v. infra} is
the same item suggests a reconstruction *anetz, by P1, but this is far from
certain.
(Trask, 2008, 83)
Y apoya Gorrochategui:
La unión de todas estas palabras en una serie es
probablemente abusiva, ya que aizkora puede explicarse perfectamente a
partir del latín asciola y aizto, con diptongo nasalizado en
dialecto roncalés, debe remontar a una forma anterior *anizto (Gorrochategui,
2002, 58).
Cuesta encontrar la razón de por qué ello supondría un
problema para la visión paleoeuskérica, pero la hallamos en Trask (1997a, 289-91). Recuerda que la teoría haitz es vista con recelo al poder ser aizkora
identificado como préstamo de asciola,
y a que, históricamente, la raíz de los términos restantes se basan en el ainz-
roncalés, que es conocido por su preservación de las nasales históricas.
Recuerda también que de las formas documentadas roncalesas antzur, ainzter, aintzur y ainzto, se reconstruye de la raíz *ani(t)z o *ane(t)z.
No obstante, y aquí parece hallarse la nueva aportación, no hay rastros de una
nasal en el Roncalés aitz o
‘roca’. El autor concreta finalmente qué es lo que debiera haberse encontrado:
The word (h)aitz (…) is aitz in Roncalese as in
elsewhere, and no such form as *(h)aintz is attested for the meaning
‘stone’ (1997a, 289).
En consecuencia, las
componentes ainz- del roncalés, y
supuestamente del euskara antiguo, no corresponden a haitz porque no se encuentra (h)aintz
en dicho dialecto.
Como hemos apuntado, una cuidadosa atención al argumento de que
la hipótesis *anitz o *anetz de Michelena en el contexto de la
nasalización roncalesa implica un problema para el paleouskerismo arroja
resultados asombrosos. Analizaremos este aspecto de la teoría en tres aspectos
de consistencia: la coherencia en el rol teórico (desde su ideación hasta su
interpretación actual), la coherencia lógica (de sus propios argumentos), y la
coherencia teórica (en la visión global de la tesis indoeuropeísta).
Acudir a los primeros antecedentes de una teoría para
entenderla de manera adecuada es una de las bases de la interpretación
científica, y en el caso de ‘la nasalización roncalesa como argumento en contra
del paleouskerismo’ nos lleva a una constatación inesperada. En su primer
acercamiento al tema, a Michelena (1949) no le convencía del todo
ninguna de las dos teorías, ni la paleouskérica o haitz ni la indoeuropeista o ‘ascia’, pero le convencía más la
primera:
No hay naturalmente seguridad de que en aitzur, aiztur,
etc. entre aitz como componente (...); en todo caso, su aproximación a
lat. lascia, etc. no parece tener ninguna solidez.
(Michelena, 1949, 211)
Posteriormente Mitxelena (1977), tras considerar a Gorostiaga
(1958), declara sus sus nuevas
preferencias (con una nota a pie de página en otro asunto):
propone Gorostiaga [que aizkora] procede del lat. asciola
(<*aiscóla), explicación que me parece preferible a todas las que
hasta ahora se han presentado. (Mitxelena, 1977, 319)
El apunte no parece tener en principio especial relevancia;
cualquier cambio de opinión es respetable, y más si han pasado casi treinta
años. Ahora bien, sí la tiene en el asunto que ahora tratamos. La teoría aitz-<*anitz
se realizó no en el marco de esta segunda opinión tipo ‘pro-asciola’, sino en la
primera tipo ‘más bien pro-haitz’. Es
decir, que el argumento que los lingüistas vascos modernos aluden actualmente como
favorecedor de la teoría ‘asciola’, en realidad argumentaba la teoría haitz en su propia génesis. Por si
cupieran dudas, Michelena lo había explicitado con claridad:
Lo que quiero señalar es que, en el caso de que se trate de
derivados de
aitz o, por lo menos, de vocablos emparentados entre sí,
resulta interesante la presencia en roncalés de una nasalización (...) [En]
estas voces podemos admitir como probable un primer elemento *ani(t)z- o
*ane(t)z [que] sería también la forma anterior de
aitz,
atx,
haitz
<<peña, piedra>> (Michelena, 1949, 211)
¿Cómo un hipotético *ani(t)z
como “forma anterior de aitz, atx, haitz <<peña,
piedra>>”, en un contexto argumentativo de ‘ninguna solidez’ (sic)
otorgada a la teoría ‘asciola’,
y ‘no seguridad pero sí posibilidad’ otorgada a la teoría aitz, acabó
deviniendo en un apunte que se supone apoya sin mayor problema la teoría ‘asciola’? Probablemente los
lingüistas atendieron a la última visión sobre aizkora de Mitxelena (1977) y supusieron que su comentario sobre la
nasalización roncalesa apoyaba una lectura de los vocablos con -aitz- en la misma línea cuando,
originariamente, argumentaba o apoyaba la teoría contraria.
Obsérvese también cómo Gorostiaga (1958) no se refirió a la
nasalización roncalesa que Michelena (1949, 211) proponía en su primer
acercamiento, a pesar de que, como hemos propuesto, es casi seguro que lo leyera
y tuviera en cuenta su definición. Probablemente se deba a que, en esta fecha
temprana, Gorostiaga simplemente no pudo tener esta confusión; Michelena
todavía no se había decantado o manifestado por la teoría ‘ascia’. Así se
entiende mejor que Gorostiaga eludiera cualquier comentario al respecto.
Finalmente, parece que Mitxelena no aludió posteriormente a
ello ni argumentó que, de repente, la nasalización roncalesa pasara a apoyar
que
*ane(t)z no era la forma anterior
de
aitz o 'peña, piedra'. Pero los lingüistas ortodoxos posteriores lo
asumieron así, dado que Michelena se había ya declarado ‘pro-asci’. Y, hasta el
momento, nadie parece haberse ocupado de este matiz
. En consecuencia, la completitud de la teoría ‘asciola’ requiere
solventar un desafío adicional: cómo una teoría de ‘nasalización
roncalesa como vestigio de una nasalización generalizada antigua’ pasó, de apoyar
“preferible[mente]” la teoría
haitz, a apoyar sin ambages la teoría
asciola contraria, siendo ambas –según la
visión indoeuropeísta- completamente excluyentes
.
No sabemos si Trask se percató de que Michelena (1949, 211) propuso a *ani(t)z como argumento ‘más bien pro-haitz’ que ‘pro-asci’, pero concretó su
rol como ‘pro-asci’ y como problema para la visión paleoeuskérica (en 1997a, 289-91). Y parece ser este argumento el
que los demás (Gorrochategui, Kintana, etc.) asumen en sus comentarios. La
crítica básica es, como hemos apuntado, “there
are no traces of such a nasal in the word haitz
‘rock’” (p.
289),
y puede traducirse coloquialmente como sigue: “bien, Michelena supuso a *ani(t)z como origen no problemático de haitz, pero si no lo vemos en el
roncalés (que tomamos como modelo para reconstruir las formas antiguas del
euskera) debe de significar que nunca existió; por tanto, las formas –(h)ai(t)z- no vienen de haitz y deben tener otro origen y significado
diferente”.
Ahora bien, el no atestiguamiento de esta nasal en el aitz roncalés ¿implica una objeción al
paleoeuskerismo consistente con el resto de argumentos de la visión
indoeuropeísta? Pues dicha visión parte de un supuesto préstamos aizkora<‘asciola’ con forma
intermedia *aizkola; y ni el préstamo
ni la forma intermedia han sido nunca atestiguados. A pesar de ello, la
ausencia de estas evidencias, incluso en lo que es el argumento inicial de la
teoría, no se ha visto nunca como carencia.
El mismo Trask no tiene reparos en decir que aizkora “is a transparent loan” de
‘asciola’ (p.
289)
en base a otros paralelos en otros términos (del paso de la l a la r implicado por ‘aiscola’ >aizkora,
y del diptongo ai de la primera
sílaba). Pero de la misma forma podrían haberse entendido las formas
atestiguadas antzur, ainzter, aintzur and ainzto como
paralelos asumibles de ese aintz no
atestiguado en el roncalés aitz. Así
que todo parte de una opción argumentativa muy arbitraria, y acaba resultando
tremendamente subjetivo. Parece que, ‘sí o sí’, se pretende cuadrar la teoría
‘asci’ asumida para aizkora con el
resto de términos de herramientas cortantes, y eso implica eliminar para esos
otros términos con –(h)ai(t)z- un
posible origen desde haitz.
Por ejemplo, Trask plantea además que “perhaps this word [aizkora] was contaminated by the other
tool names” (p.
289)
para explicar el diptongo ai (tras la
supuesta metátesis desde ‘asci’). Pero si hay la posibilidad (“perhaps”) de esa
contaminación, necesariamente hay también la posibilidad de que no la haya. Y
tendríamos así que la presencia de aitz
o ‘roca’ junto con términos con –aintz-,
en roncalés, pudo darse en un contexto de ausencia de contaminación mutua, y
con ello se hace consistente un origen de haitz
para –(h)ai(t)z- a pesar del no
atestiguamiento de aintz o ‘roca’ en
dicho dialecto. Algo
perfectamente posible cuando Arbelaiz, tras su repaso a las etimologías vascas de
Michelena, sintetiza que
Podría suponerse que la aspiración que hubiera podido
conservarse, se perdió en alguno de los derivados, precisamente a causa de su
longitud, y se extendió luego por analogía a (h)aitz. Aquí podría extenderse también
la explicación de la divergencia dialectal en cuanto a su h-” (Arbelaiz, 1978, 26)
Fuera por influencia del derivado aizkora o no, puede que haitz
perdiera la nasalización antes que los términos con –(h)ai(t)z-. Y ello parece presumible dado el resto de teorías de
la visión indoeuropeísta, como veremos a continuación. El criterio de coherencia de las diferentes teorías dentro de
una misma visión nos da una solución a lo anterior, pero quizás no
necesariamente a favor de la tesis indoeuropeísta. Se refiere a la otra
coherencia exigible a la teoría de una visión científica; no la argumentativa
sino en relación con el resto de las teorías de dicha visión.
Si pretendemos reconstruir cómo pudo haitz formarse hasta sus formas actuales, tenemos una guía en el
aspecto de la reconstrucción histórica que Lakarra (2006, ap. 7.4) comenzó, y que luego (en 2009, 219) describió más detalladamente. Su tesis es que:
/h/-aren balio etimologikoaz, (...) hainbat h- (bai
maileguetan baina baita jatorriko lexikoan ere) ez hitz hasieran baizik eta
bokalartean /n/ batetik —noiz 2. silabaren hasieran, noiz 3.ekoan— sortuak
dir[a], eta horrenbestez etimologikoak [dira]. (...) h- horiek barneko kokagune
horretatik ezker muturrerako bidean izan [dute] (Lakarra,
2009, 211)
Y en este contexto interpreta Lakarra que la historia del
término euskara es la siguiente:
euskara < heuskara < *ehuskara < *enunskara
(Lakarra, 2009, 219)
.
Adicionalmente, afirma que
Haitz ere talde horretan kokatu beharko genuke (...)
Mitxelenaren hezur < *enazur, haitz < *ani(t)z/*ane(t)z eta
Irigoienen heuskara < *enuskara [taldean] (Lakarra,
2009, 217-219)
.
En consecuencia, la reconstrucción de haitz (por analogía con el caso euskara
< *enunskara) sería (aunque el autor no la detalla):
aitz < haitz <
*ahitz < *ani(t)z.
Obtenemos así que, según Trask (1997a, 289-91) no hay ‘restos’ de *ani(t)z
en el roncalés, pero es perfectamente reconstruible según Lakarra (2009). Incluso llega este último
autor a valorar que la reconstrucción *ani(t)z / *ane(t)z de Mitxelena parece reflejar
su teoría sobre el valor etimológico de la h “beste
inon baino garbiago (…) inongo analogiaren beharrik gabe” (p. 219). La coherencia de esta red de teorías parece bien
apuntalada en esta vertiente.
Ahora bien, si el *ani(t)z que Michelena (1949, 211) propuso, y sobre el cual Trask
(1997a,
289-91)
se queja de que no hay restos atestiguados, es el mismo que se recontruye para haitz siguiendo el sistema reconstructivo
de Lakarra (2006; 2009), entonces el término haitz o ‘roca’ y los términos de
herramientas cortantes con –(h)ai(t)z-
quedan ligados con el *ani(t)z que antecedería a todos ellos, estando fonológicamente
y etimológicamente relacionados según la propia teoría de las nasales
históricas y su extensión al glotónimo euskara. Y eso implica que, nuevamente,
las herramientas prehistóricas deberían entenderse más como 'herramientas de
roca (tallada)', en una terminología paleoeuskérica, y no exclusivamente como ‘de
piedra’, en una terminología indoeuropea.
La nasalización roncalesa ha sido el tercer argumento básico
utilizado por la visión indoeuropeísta de la vascología moderna, pero lo mismo
puede ser entendida como argumento paleoeuskerista que indoeuropeísta.
Es un argumento paleoeuskerista
en el sentido indicado por el autor que lo trajo a la palestra, Michelena (1949). Las nasales roncalesas son
interpretadas como un arcaísmo, y según tal arcaísmo cabe reconstruir un *anitz
del cual se dedujo haitz, y que relaciona
a este término haitz con los términos
con –(h)ai(t)z-.
Y esa relación es apoyada por el sistema reconstructivo de Lakarra (2006;
2009),
del cual *anitz sería un
ejemplo casi canónico.
Es un argumento indoeuropeísta
en el sentido indicado por Trask (1997a). Si no vemos ese *anitz en el aitz del dialecto roncalés, significa
que nunca estuvo ahí y, por tanto, no hay relación de las herramientas
cortantes (que sí conservan la nasalización) con haitz (que no la conserva).
Es difícil inclinar la balanza a un lado u otro, porque
Trask mismo basa sus argumentos
a) en paralelos, pero lo mismo hace Michelena;
b) en su asumida “transparencia” del préstamo ‘asciola’>aizkora, pero lo mismo cabe decir del *anitz
de Michelena, sobre todo en el
esquema de Lakarra y su “beste
inon baino garbiago”; y
c) en un “perhaps” para plantear posibilidades favorables,
pero que lo mismo vale para argumentar las posibilidades contrarias.
Al final, el papel de la nasalización roncalesa no dirime
nada, y acaba siendo una cuestión de gustos o, si se prefiere, de concisiones
microanalíticas que difícilmente solventan globalidades.
La visión predominante sobre el componente –(h)ai(t)z- en los términos de
herramientas cortantes del euskera ha variado desde una intepretación
paleoeuskérica según la cual esta componente es euskérica y prehistórica, a una
visión indoeuropeísta según la cual es indoeuropea y no prehistórica o no más
antigua que en los idiomas indoeuropeos. Este último apartado sostiene que, a
partir de modernas visiones paleoeuskéricas como la Teoría del Sustrato Vascónico del Theo Vennemann (2005;
1994)
y la Teoría del Sustrato Común Paleoeuropeo
de Roslyn M. Frank (2014;
1980),
cabe un paso adelante en las hipótesis sobre –(h)ai(t)z- y proponer ya no sólo una explicación de los términos
euskéricos, sino también de los términos indoeuropeos.
Dos visiones lingüísticas recientes afirman, cada cual en
diferentes ámbitos de la lingüística, según diferentes metodologías, y para
diferentes épocas, que el euskera guarda claves de la época paleolítica europea
que trascienden a su actual localización en los Pirineos Occidentales y que pueden
ayudar a entender mejor los idiomas europeos actuales. Son la Teoría del Sustrato Vascónico de Theo
Vennemann (2005; 1994) y la Teoría del Sustrato Común Paleoeuropeo de Roslyn M. Frank (2014;
1980).
La Teoría del Sustrato
Vascónico sugiere que las lenguas vascónicas estuvieron una vez extendidas
por el continente europeo, tras ser extendidas desde el refugio pirenaico en la
última glaciación. Y de dichas lenguas vascónicas descendería el euskera. Es la
propuesta del lingüista alemán Theo Vennemann (Vennemann, 2005; 2003a;
1994; Bammesberger, Vennemann, Bieswanger, & Grzega, 2003; en versión
divulgativa Vennemann, 2003b; Hamel & Vennemann, 2003) y adelantada por el lingüista
finlandés Kalevi Wiik (1999). En el contexto de otras
aportaciones, las lenguas vascónicas serían con el tiempo reemplazadas por las
lenguas indoeuropeas, pero quedarían como reliquias el euskera, diversos
topónimos (como ríos y lugares) en la Europa Central y Occidental que se pueden
explicar a través de esta lengua, el sistema vigesimal en euskera, lenguas
celtas, francés y danés, etc.
La
Teoría del Sustrato
Común Paleoeuropeo propone un muy antiguo sustrato común del euskera y los
idiomas indoeuropeos. Es decir, que de una base idiomática común europea
presumiblemente extensa, una estructura de
pre-Proto-Indo-Europeo
o PPIE (que quizás no tuviera todas las características para diferenciarla
como idioma o familia estándar), habrían tomado forma tanto los idiomas
indoeuropeos (vía
Proto-Indo-Europeo o
PIE) como el euskera (vía
Proto-Euskera
o PEu). La teoría está siendo formalizada actualmente por la lingüista
estadounidense Roslyn M. Frank, que se halla configurando esa estructura de
pre-Proto-Indo-Europeo o PPIE al agregar
más semejanzas entre el euskera y lenguas indoeuropeas (Frank,
2014)
a una previa constatación de campos morfo-semánticos y elementos
morfo-sintácticos comunes (Frank,
1980)
.
El paleoeuskerismo de los siglos XIX y XX se centró en
explicar los términos con –(h)ai(t)z-
del euskera, pero careció tanto de una crítica sistemática a la visión
indoeuropeísta (que luego se adueñaría de la moderna vascología), como de
nuevas hipótesis para explicar términos protovascos y también protoindoeuropeos.
Concretando, se trata de valorar si es posible o probable que…
…un antiguo y amplio vascónico de Europa
occidental, en la formulación de Vennemann, o algún sustrato más amplio y
antiguo paleoeuropeo, en la versión de Frank,
…influenciara con sus términos *aitz, *atz, *atx, *axk e incluso con *aks o *ask,
…a los extendidos monemas 'ach', 'az', y
'ax' de los actuales idiomas indoeuropeos,
…y a los –aitz-,
-atx- y –axk- del euskera moderno, donde se habría mantenido con mayor
extensión en el campo semántico.
El primer argumento de Trask (en
2008, 82)
para negar la hipótesis paleouskérica resulta algo chocante: “why should a tool-name
be based on the name of the material it is made from?”
. La contestación obvia sería un simple y directo ‘más bien,
¿por qué no?’ Pues resulta obvio que hacerlo así tiene una virtud definitoria
(al atenderse en la denominación del instrumento a su esencia y origen
materiales) y nemotécnica
(por lo anterior y enmarcarse
además en un taxonomía junto a otros instrumentos de la misma clase, como
Rosch, 1973; 1978 sistematizó). En este sentido, si a la
roca se le llamaba en el paleolítico algo como /ach/, sería normal que a la
roca tallada como herramienta se le llamara también /ach/, y que al agregársele
accesorios esto se correspondiera a nivel linguístico con que /ach/ pase a ser
un monema constitutivo del término, tal como la roca tallada pasa a ser un
elemento constitutivo de la nueva herramienta
.
Por otra parte, si se da la presencia en una gran cantidad
de idiomas indoeuropeos de un monema literalmente idéntico a /ach/ o muy
parecido en la denominación, y una presencia más extensa y coherente en otro
idioma como el euskera moderno, el modelo de base y de partida para las
explicaciones científicas, pendiente de ulteriores contrastes, debería ser este
último, porque satisface en medida más clara o ‘pura’ el problema a explicar,
es decir, con las variables científicas a considerar más absolutas (respecto al
universo de discurso) o ‘aisladas’.
En tercer lugar, y como también es obvio, en ciencia se
acude primero a los hechos constatados, y sólo en su defecto a conceptos
explicativos no constatados. Con el euskara tenemos un fenómeno lingüístico
empíricamente vivo, y las explicaciones científicas basadas en ello pueden
recurrir a dinámicas reales, no a una globalidad hipotética de un supuesto
idioma ancestral como el protoindoeuropeo.
Estas anotaciones en el debate tienen como trasfondo un
importante criterio científico, el de simplicidad
explicativa, también denominada ‘de
parsimonia’ o ‘Navaja de Ockham’,
según el cual debe eludirse cualquier “aparato ontológico superfluo” en la
confianza de que la naturaleza funciona de la manera más simple posible (Baker, 2013). Es por ello que en ciencia se priorizan explicaciones
intuitivas (incluso con el extremo de la
serendipia, veáse Roberts, 2004); ‘puras’ o con el aislamiento
variables científicas para modelizar los estados empíricos (como persiguen los
experimentos mentales, incluidos los clásicos de Galileo, Einstein o
Schrödinger, véase Sorensen, 1992; Horowitz & Massey, 1991; Kühne, 2005); y con la empiria,
obviamente, como primer referente (como ya indicaban los
antecedentes de Ockham, 1495, i, dist.27, qu.2, K; y Poncius, 1639).
El criterio de simplicidad y parsimonia es importante en los
debates científicos porque indica sobre qué teoría recae la carga de la prueba,
que es obviamente la ue no se corresponde con el criterio. La explicación más
parsimoniosa se asume como inicio analítico por defecto, y la hipótesis que
rompe la simplicidad explicativa es la que debe aportar las razones para ello.
Por ejemplo, en el debate sobre la nasalización roncalesa, el no
atestiguamiento de
*anitz, como
propone Trask, no puede ser la razón para desestimar la hipótesis más simple
,
sino que debe agregar las razones ulteriores para ello
.
Veamos si efectivamente lo presumible y parsimonioso, las
explicaciones desde el euskara actual, permanecen como tales tras un primer
contraste. Ejemplos de términos indoeuropeos para las dos herramientas quizás
más básicas de la vida paleoeuropea, el hacha y la azuela (según Risch & Martínez
Fernández, 2008),
son los siguientes:
Para vasco haizkora/axkora: latín asciola; portugués
mACHado; español hACHa y mACHete; inglés AX, AXe; italiano AScia; alemán AXt;
sajón antigo ACHus y AKus; francés AXa.
Para vasco aitzur/atxur: inglés ADZ, ADZE; español
AZuela. Para azada, español AZada. ____ Aparte, hay otros posibles casos, como el guanche *mAXido para 'espada, cuchillo'
Todo ello se explica desde el paleoeuskarismo en dos pasos:
. Se da una cercanía fonética en una
componente de los diversos términos indoeuropeos y en la componente del vasco –(h)ai(t)z-.
. El vasco –(h)ai(t)z- se explica de una manera directa y simple como reflejo
semántico de significado de haitz.
Desde un criterio centrado en el euskara –(h)ai(t)z-,
es normal suponer que los monemas 'ach', 'ax' o 'az' de los términos
indoeuropeos de este campo semántico provienen de un sustrato vascónico, o bien
los dos grupos provienen de una plataforma paleoeuropea previa. Que de los
términos indoeuropeos se hubiera exportado al euskara tendría mucha menos
economía explicativa, por todos los aspectos tratados en este trabajo y que la
hipótesis aitz resuelve mejor y más
directamente que la hipótesis indoeuropeos>euskara en este asunto.
Veamos un ejemplo. El origen vascónico o paleoeuropeo de los
términos puede argumentarse de la manera más simple posible, con un único salto
explicativo:
aitz/
atx/axk > 'ach'/'ax'. Tenemos, en esta
última pronunciación de /aks/, una metátesis más breve que en el supuesto de
‘asci-ola’>aizk-ora
,
pero incluso considerando los matices más complejos y puntillosos
,
tenemos que los términos euskéricos actuales
aitz/
atx explican de
manera mucho más sencilla, directa y extensa los indoeuropeos /ach/ y /aks/ que
la hipótesis del protoindoeuropeo ‘*agw(e)si’. Ello se advierte también cuando
intentamos hipotetizar los supuestos términos del vascónico o del paleoeuropeo
de los que derivarían los monemas indoeuropeos: incluso en ese caso no nos
alejaríamos del euskera, porque las formas no podrían ser lejanas de
*aitz, *atx, *aixk- o *axk-.
Una anterior cita ilustra también los diferentes grados de
simplicidad de cada visión, si atendemos al supuesto origen latino del campo
semántico vasco de herramientas cortantes (según Kintana y Lakarra
):
"aitzur" [rako]: ligo -> ligour -> litxour
-> litzur -> aitzur? Edo "aizto"[rako]: culter -> cuzter
-> cuztor -> uztor -> aiztor -> aizto??
Mila aldiz logikoagoa da "aitzur"
"haitz"+"lur" bikotetik datorrela pentsatzea, edo
"aizto", "haitz"+"to", alegia, diminutiboa (Larrabe,
2011)
En su globalidad, como se ha ido proponiendo, si haitz es peña o masa rocosa, una serie
de instrumentos tienen un monema como –(h)ai(t)z-,
y hubo una época en la que las herramientas se construían tallándose las rocas
o piedras (como trozos manejables de masas rocosas), lo más intuititivo y
simple resulta suponer que en esa época se caracterizaba pasando el lexema aitz a monema compositivo –(h)ai(t)z- en la denominación de las
herramientas (y recuérdese que al inicio las hachas de piedra eran literalmente
así, sin mango, trozos literales de roca). Si yo construyo una herramienta
tallando una aitz o 'roca', es completamente normal que llame esa
herramienta con aitz o con aitz-‘monema adicional’.
La hipótesis paleoeuskérica es completamente acorde con este
criterio de simplicidad al basarse en la similaridad fonética haitz/–(h)ai(t)z-, con los casos adicionales de misma significación como en
haizpe/haitzpe. Por otra parte, que las formas de–(h)ai(t)z- operen como prefijo, interfijo o sufijo en las diversas
formas del campo semántico indicaría que nos hallamos ante un monema importante
de este campo con variados términos que, no obstante, compartieron una época con
rocas como materia prima fundamental. Y no darse en las lenguas indoeuropeas,
que suelen verse más asociadas a culturas de piedra o metal y no de roca
tallada (por el tiempo de fabricación de la pulimentación, véase arriba)
seguiría siendo coherente con una probable etapa (paleolítica y neolítica
respectivamente) en la génesis de cada idioma/familia de idiomas.
En ciencia no se trata sólo de explicar igual número de
hechos con supuestos más simples que las teorías alternativas (parsimonia),
sino también explicar mayor número de hechos con esa simplicidad hipotética
(completitud). Se trata del criterio metodológico de completitud o extensión del poder explicativo de las teorías: hacia
el exterior, cuánto se explica; y en el interior, “la ausencia de vacíos en una
trama (…), las teorías científicas no pueden tener lagunas” (Lozada, 2003, 15). Es un tema polémico de
Filosofía de la Ciencia, que se abrió sobre todo con Hilbert y llegó a un
callejón sin salida con Gödel (veáse una explicación básica
en Leach, 2014),
pero aquí nos referimos a un sentido relativo a nivel retórico y no uno
absoluto a nivel lógico.
El ejemplo básico en este debate es el propio corpus inicial
de la teoría. Que aizkora viene de ‘asciola’
no explica el resto de términos –(h)ai(t)z-,
ni siquiera el propio ‘asciola’ en sí, aunque no entraba dentro de sus
objetivos en el debate. En cambio, que ‘asciola’ viene de formas preindoeuropeas
de *aiskola (familiares del vasco
haizkora) lo explica todo, tanto los términos vascos de haitz como el propio latín ‘asciola’, en un alcance mucho mayor
incluso respecto a los objetivos que la teoría indoeuropeísta se marcaba en el
debate. En síntesis, la hipótesis paleoeuskerista ‘asciola’<aiskola/haizkora es mucho más completa o
explicativa (y no sólo parsimoniosa) que la indoeuropeísta ‘asciola’>aiskola/haizkora.
Dichas virtudes pueden advertirse también en la explicación
de la evolución idiomática. Los términos vascos o su supuesto origen
‘paleovasco’ o ‘neolitivasco’ (notando con ello las formas protoeuskéricas o
preprotoeuskéricas del Paleolítico y del Neolítico respectivamente) explican en
menos pasos las actuales formas vascas e indoeuropeas del campo de herramientas
cortantes que la hipótesis indoeuropeísta (como por ejemplo aizkora desde el vascónico paleoeuropeo *aitzkora y no desde el protoindoeuropeo
‘*ag(w)esi-’).
En lo que respecta la completitud interna, la visión
indoeuropeísta no es del todo satisfactoria. En la versión de Michelena, por
qué, si los términos roncaleses le sugirieron un *anitz antecesor de aitz
y no lo negó a posteriori, se entiende aizkora
desde ‘ascia’; en la de Lakarra, por qué, si mantiene este *anitz antepasado de aitz
sugerido por los términos roncaleses, los mismos términos en formulación no
roncalesa con –(h)ai(t)z- se
derivaron de ascia u otros términos
latinos junto con aizkora; Trask, por
qué, si le parece improbable este *anitz
antepasado de términos aitz roncaleses
o términos con –(h)ai(t)z- no
roncaleses, existe la homofonía y la interpreta como homonimia sin ser
parónimos, etc.
Con frecuencia es difícil dirimir la verdad o realismo de
una teoría, sobre todo si nos referimos a ideaciones terminológicas de hace
3.000 o 12.000 años, pero algo cabe solicitar a una teoría: que sea coherente
en sí misma (Benjamin, 1962; Dauer, 1974;
Quine, Ullian, & Ohmann, 1978; Young, 2001). La simplicidad y la
coherencia interna de las teorías dentro de una misma visión o ‘familia de
teorías’ requiere (en el caso de la simplicidad) y agradece (en el caso de la
coherencia) una ‘unificación teórica’ entre dichas teorías (Friedman, 1974). Tal como explican Díez y Moulines:
las explicaciones [científicas] consiste[n] en la reducción
de la cantidad de supuestos básicos independientes de nuestro cuerpo de
creencias [. Ello] es lo que ofrece verdadera comprensión (Diez
& Moulines, 1997, 256)
Por ejemplo, si asumimos la visión indoeuropeísta y
recordamos la toponimia vasca con
aitz
y
atx referida a formaciones rocosas,
decíamos que no se entiende fácilmente cómo el único idioma no indoeuropeo que
se ha conservado tenga, de forma inesperada, esta gran influencia del latín, y que
no la hayan tenido los idiomas directamente derivados de él. En términos
metodológicos, el
explanans
indoeuropeista de los términos vascos no tiene relación con el
explanans de los términos indoeuropeos,
ni es coherente tampoco con la evolución que cabe esperar de cada uno de ellos
.
En cambio, el paleouskerismo lo explica de manera más completa (véase arriba).
Así, que de un amplio escenario vascónico con designaciones consistentes
de herramientas y de lugares geográficos hayan quedado con el tiempo restos en
un latín o en unos posteriores idiomas indoeuropeos; o que hayan quedado de una
plataforma paleoeuropea pre-euskérica/preindoeuropea restos en ambos mundos
idiomáticos, acaba teniendo mayor coherencia explicativa entre explanans dada la divergencia empírica
entre explanandums.
En lo que respecta al criterio de coherencia de las
diferentes teorías dentro de una visión científica, el paleoeuskerismo parece
menos diverso que el indoeuropeísmo en lo que respecta al debate –(h)ai(t)z-. Los indoeuropeístas están
de acuerdo en el origen ‘asci’ de aizkora,
comienzan a alejarse en el origen de los demás términos con –(h)ai(t)z- (unos lo ligan a aizkora y otros no se aventuran), y
llegan a posturas contradictorias en las implicaciones de la nasalización
roncalesa. Desde el paleoeuskerismo los tres aspectos rotan en un único origen,
lo que elimina posibles incoherencias entre diferentes respuestas.
De estos tres criterios científicos quizás sea el criterio
de simplicidad explicativa el
más importante en las polémicas científicas, porque hace recaer la “carga de la
prueba” en las posturas con mayor complejidad explicativa; resulta algo así
como la asunción del hecho físico de la entropía dentro del discurso
científico.
Todo ello se debe a que, llanamente, la base empírica para
la hipótesis y los datos explicados con ella son más amplios que en el caso de
la hipótesis adversaria. En euskera hay muchos más nombres de herramienta en aitz- que en todos los idiomas
indoeuropeos juntos, así como una etimología muy plausible para esta raíz y con
extensión para todo el campo, y desde esta dimensión performativa vasca se
explican mejor los términos vascos y otros indoeuropeos. La etimología que se
les atribuye desde la visión indoeuropeísta a los términos no está basada en la
fabricación y utilización directa, ni tiene extensión para todo el campo, como
en el euskera, y ni siquiera da una explicación alternativa para los términos
indoeuropeos con esa componente.
Sin embargo, en todo caso, atender a estos criterios hace
más asumible que los términos indoeuropeos, según la hipótesis vascónica, sean un
préstamo del sustrato de la zona de arribada, Europa Central y Occidental, con lenguas
de la familia del paleoeuskera o con el paleoeuskara mismo; o que, según la
hipótesis paleoeuropea, ambas familias (neolitieuskérica y protoindoeuropea,
por ejemplo) hubieran derivado desde una fuente una amplia plataforma
lingüística paleoeuropea más extensa, conservándose por factores que cabría
analizar más cercanos a su fuente original hasta el euskera actual.
Tal como el marco
cognitivo de ‘herramientas de piedra paleolíticas’ de la hipótesis
indoeuropeista facilita la asunción de sus lecturas
,
también la visión paleoeuskérica tiene derecho a sondear hipótesis creativas y
arriesgadas de las cuales muchas serán desestimadas, pero sin las cuales a la
ciencia le cuesta más progresar (tal como reza el aforismo de escritores, “el
buen escritor no se caracteriza por lo que escribe, sino por lo que borra”)
.
El problema de este tipo de razonamientos estriba en su difícil evidenciación
empírica, pero proporcionan marcos cognitivos que hacen más comprensible un
origen paleolítico de los términos
–(h)ai(t)z-.
Veamos como ejemplo dos sugerencias que se han dado en el debate social de
euskaltzales al respecto.
Para comenzar, si a la roca se le llamaba en el paleolítico
algo como /ach/, sería normal que a la roca tallada tallada como herramienta
básica, tallada como un hacha todavía carente de mango (que es la forma de sus
primeras evidencias empíricas), se le llamara también /ach/
.
Y que cuando se le agregara un mango para darle mayor operatividad, /ach/
pasara a ser un monema constitutivo del término; y que cuando se idearan más
herramientas con roca tallada al evolucionar y especializarse este /ach/ o roca
tallada primigenia (también principalmente desde hace menos de doscientos mil
años), el monema /ach/ se conservara en los nuevos términos ideados para ellos.
Resulta completamente presumible una analogía lingüística en que, si la roca
tallada pasa a ser un elemento constituvo de la nueva herramienta, un término
correspondiente a roca tallada como /ach/ pase a ser un monema constitutivo del
término que indica la herramienta compuesta.
Resulta más especulativo, pero puede también que /ach/ fuera
un fonosimbolismo
para expresar en forma lingüística el silbido percibido auditivamente a nivel
físico cuando, en su utilización, la roca o herramienta corta el aire. Todavía
más especulativamente, de ser cierto lo anterior, puede también que la
equivalencia fonética entre
aiz o 'roca' y
aize o 'viento' no sea
una homonimia casual (resulta intuitivo pensar que una sociedad acostumbrada a
escuchar el silbido de las hachas cuando eran utilizadas y el similar silbido
del viento cruzando árboles o estancias dedicara términos similares a ambos
fenómenos, en una analogía lingüística y fonosimbólica de esta similaridad del
mundo físico).
Quizás en el límite de lo especulativo, posibles fonosimbolismos
en
haitz y
harri podrían haber llevado a las diferenciaciones léxicas del
campo. El fonema /tz/ podría ser la fuente del monema
–(h)ai(t)z- desde una sensación perceptiva emocional o auditiva
derivada del acto de cortar. El fonema /rr/
presente en
harri o 'piedra' podría estar relacionado con la sensación
perceptiva e incluso la percepción auditiva derivadas del acto de
urratu
o 'rasgar', dado que determinadas piedras se utilizaban como rasgadores (y por
ello gran cantidad palabras con dicho fonema implicarían este acto, tal
como
urratzaile o 'rasgador'
, erreka o 'río' que rasga la tierra,
etc
.). Así, la
denominación de roca tipo
haitz provendría de un fonosimbolismo desde lo
cortante o /tz/, y se habría reservado para la casi totalidad de este campo
semántico (e incluso para otros como
atzazal o 'uña' que tendrían en esa
época una mayor función cortante que en la actualidad). Mientras, la
denominación de roca tipo
harri o 'piedra' provendría de un
fonosimbolismo desde lo rasgante o /rr/, y se habría reservado para términos
relacionados como los apuntados.
Podría ahondarse en la elucidación de esta problemática
atendiendo con constataciones como que ‘ascia’, ‘asciola’, ‘axe’, ‘adze’, etc.
sólo existen o se dan en mayor medida en idiomas occidentales de la familia
indoeuropea. Datos como este podrían llevar a apoyar la influencia de un sustrato vascónico pre-indoeuropea muy
extendido sobre la familia indoeuropea (en el vasconismo) o matices
macroespaciales en la plataforma lingüística del pre-Proto-Indo-Europeo (en
el paleoeuropeísmo euskérico). Pero esto es algo que queda más allá de las
intenciones de este ensayo y de las aptitudes de su proponente.
La visión indoeuropeísta de la Vascología actual según la
cual los términos de herramientas cortantes que albergan la componente -(h)ai(t)z- (incluyendo aizkora o ‘hacha’) tienen diferente
origen que el haitz o ‘roca’, se
basan en tres argumentos. Uno, las herramientas prehistóricas no son de roca,
sino de piedra. Dos, aizkora proviene
del latín ascia. Tres, la
nasalización roncalesa apoya que los términos de las herramientas cortantes no
provienen de haitz. Este trabajo, al
contrario, ha llegado a las constataciones que ponen en evidencia estos
supuestos:
. Las herramientas prehistóricas sí eran de roca,
lo que debía de ser obvio para productores y usuarios por ser roca tallada,
incluso en el caso de herramientas neolíticas de piedra pulimentada.
. No tenemos ninguna prueba de que aizkora provenga del latín ascia, y los argumentos lingüísticos,
desarrollados sobre todo por Trask, tienen un gran desafío si, como máximo,
desean empatar con la explicación más plausible, económica y parsimoniosa de la
homofonía -(h)ai(t)z-/haitz, que es la paleouskérica.
. La nasalización roncalesa no apoya que los
términos de las herramientas cortantes tengan un origen diferente del de haitz. Al contrario, cuando se ideó como
argumento se planteó como favorecedora de la explicación paleoeuskérica (en el
caso debate sobre aizkora). Sin
entrar a valorar por qué la nasalización roncalesa pasó de ser ‘más bien paleoeuskerista’
a ser ‘netamente indoeuropeísta’ sin que nadie lo contrastara (incluso siendo
una contradicción desde el indoeuropeísmo), los argumentos principales que sí
son coherentes al respecto, y que vuelven a ser de Trask, tienen graves
carencias retóricas y, por ello, lo mismo valen para apoyar la hipótesis paleoeuskerista
que la indoeuropeísta.
Además, una revisión de ambas posturas desde criterios de
metodología de la ciencia usuales llevan a la siguiente valoración.
. La explicación paleoeuskérica cumple mejor
el criterio de simplicidad o parsimonia y, por tanto, la carga de la prueba
recae en la visión indoeuropeísta.
. La teoría paleoeuskérica tiene más
completitud, y la visión indoeuropeísta debería responder preguntas adicionales
quedan en el aire del debate.
. En general, la visión paleoeuskérica tiene
mejor coherencia interna inter-teórica, y sería apropiado más debate entre los
autores indoeuropeístas para que sus diferencias y contradicciones quedaran más
explicadas.
Se deduce el interés de la visión paleoeuskérica de
profundizar y modernizar sus explicaciones con la ayuda de renovaciones como
las de Vennemann, Frank, o alguna otra; y le necesidad de que la visión
indoeuropeísta dedique más atención y trabajo al debate si quiere llegar a ser
una teoría más parsimoniosa, completa y consistente.
En suma, la hipótesis paleouskérica no sólo es consistente,
sino que además puede profundizarse con tanto alcance como la indoeuropeísta
actual. Es decir, que si una explicación indoeuropeísta de los términos haitz
es posible, también es posible una explicación paleoeuskérica de esos términos
indoeuropeos asociados a este tipo de herramientas.
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